Genealogía del mundo. III

Menesteo

Undécimo rey de Atenas según la tradición mítica de los erecteidas, es decir del linaje de Erecteo; decimotercero si se cuentan, como hace el profesor De Sanctis en su Storia della repubblica Ateniese dalle origini alla età di Pericle, a los ancestrales Ogiges y Acteo, era hijo de Peteo, quien a su vez lo era de Orneo, vástago de Pandión. Pandión fue el quinto rey canónico de Atenas, el que gobernó la ciudad al final del siglo XV antes de Cristo y el que repartió el Ática como una tarta entre sus descendientes. Según Homero, Menesteo se presentó en la guerra de Troya al frente de los atenienses, con “cincuenta naves negras”, en calidad de basileus y de polemarca, es decir de príncipe y de caudillo. “Excelente jinete”, reza la Ilíada, “no había nacido aún el mortal que fuera capaz de competir con él en el arte de ordenar caballos y guerreros portadores de broquel”. Homero lo canta junto “al ingenioso Odiseo” entre las filas de los aqueos que esperaban al sol recubiertos de bronce en la playa troyana, delante del cadáver ensangrentado de Menelao, listos para el combate y la venganza. Fuentes apócrifas del período Helenístico lo sitúan en el vientre del caballo con el que los aqueos, mediante un astuto artificio, acabaron conquistando Troya. Hesíodo lo coloca entre los que cortejaron sin éxito a Helena y la tradición mitológica le atribuye un cierto filolaconismo, quizá por su parentesco con Cástor y Pólux, hermanos de Helena. Esta circunstancia, probablemente, lo inutilizó como símbolo nacional para la propaganda democrática de la Era Clásica, pues los Dióscuros eran los hijos gemelos de Tíndaro, el gran rey de Esparta. Ayudaron a Menesteo a tomar el trono de Atenas, según la versión extendida de la leyenda, en ausencia de Teseo, que había raptado a Helena antes que Paris. Menesteo perdió la carrera de la posteridad con Teseo, que quedó para siempre como el gran fundador cívico de la polis ateniense. Sin embargo se han hallado evidencias en los libros y en las piedras de que fue con Menesteo con el que cristalizó la unión de todos los asentamientos que poblaban el Ática antes de la fatal llegada de los misteriosos hombres devastadores que la Historia ha consignado con el nombre de los pueblos del mar. La Edad Oscura se tragó el recuerdo de la Atenas micénica como un mar en tormenta que engulle el casco de un pequeño barco. El curso de los siglos escupió a Menesteo en una playa lejana al otro lado de la ecúmene, tal y como registran Filóstrato, Avieno, Ptolomeo o Estrabón. Al parecer, a su regreso de Troya Menesteo se encontró con que su trono había sido usurpado. Zarpó sin rumbo hacia el oeste, fundó colonias y atracó por fin en un puesto comercial que los fenicios levantaron al final del mundo conocido: por sus condiciones naturales, perfectas para la defensa, lo habían bautizado como Gdr, “la fortaleza”. Allí, según recoge la tradición oral púnico-turdetana posterior, Menesteo fundó una factoría ateniense en la desembocadura del río Guadalete, encima de la actual Torre de Doña Blanca, donde el tiempo puso también un oráculo que llevó su nombre. Aunque nada se sabe del fin de sus días, algunos hallazgos -pocos, en realidad: un trozo de vasija, unas inscripciones en algunas tumbas anónimas, algunas monedas muy deterioradas, varios pedestales de estatuas desconocidas- sugieren que Menesteo se confundió en la imaginación de mercaderes y marineros con un númen benefactor asociado a la aventura, la navegación y la exploración de las regiones ignotas, más allá de la frontera de lo conocido.

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