Por Diana Cazadora, enviada especial de esta página en El Parnaso.
– Se nao há neve, nào há Natal.
– Mãe no Brasil nunca neva em dezembro, deixe-me esperar por um telefonema…
Desde que lo vio hacer su primera prueba con el equipo del barrio, con una camiseta vieja, con ese aspecto desvalido, con ese brillo en los ojos, supo que donde fuera y como fuera, haría todo lo posible para que su hijo tuviera todo, como todas las madres ¿o no somos así todas las madres?
Se acercaba la Navidad, y todo lo que ella quería para Navidad era una oportunidad, una alegría, ella ya se lo había pedido al Cristo Redentor y a su madre, la madre del niño que iba a nacer en unos días.
Se habían sacrificado mucho, habían ahorrado todo lo que sobraba del sueldo magro del padre, tuvo que buscar un trabajo mejor que le permitiera pagar los gastos extras, las botas de fútbol, las inscripciones, todo para poder ir a los campos, para poder vivir cerca del club, ese niño sería tan buen futbolista, ella lo sabía, lo había sentido ¿o no siente una madre las patadas de su hijo y sabe que será un gran deportista?
Hasta prometió subir el pão de Açúcar, virgen de Copacabana (se santiguaba efusivamente), tú eres madre también, tú quieres lo mejor para tu hijo, pues yo te lo pido, este niño mío es especial, tiene que hacer grandes cosas, tú sabes lo que digo, el tuyo ya las hizo, no digo que mi Menino vaya a hacer cosas como el tuyo, no (se santiguaba de nuevo), querida Virgem María, cómo iba yo a decir eso, siempre que rezo me lío, pero tú sabes Linda María a qué me refiero, y mi pequeño es especial, tú lo has visto, porque tú lo ves todo.
Hay momentos en la vida en los que uno debe estar a la altura, aparentar tranquilidad, mantener una actitud templada, pero ella ya no podía más, y por eso decía esas cosas tan raras, se las contaba a sí misma en la cocina después de decirlo a su hijo, hablando sola, nerviosa, si eres de Río sabes que no nieva en diciembre, el invierno es en verano, o al revés, ya no sabía, sólo sabía que el futuro de su querido filho estaba ahí, delante de ella, esperando a agarrarlo a través de la línea telefónica, casi podía estirar los dedos y tocarlo, pero qué lentos pasaban los minutos.
Se esforzaba en aparentar normalidad, ya había gritado a los hermanos pequeños bien temprano, había refunfuñado durante el desayuno, pensaba qué preparar para el almuerzo que le permitiera estar cerca cuando llegase el momento, ese momento que llevaban esperando tanto tiempo, para el que quería estar preparada. Era a la vez una alegría y una tristeza, todo para él está en Europa, no estará conmigo, pero será lo que tiene que ser. Así seguía dando vueltas y vueltas mientras volvía a limpiar la misma encimera por tercera vez.
La madre escuchó sonar el teléfono móvil de su hijo. Ay, Fernanda, virgen de Copacabana ayúdame, no puedo con estos nervios. Cuánto dura esa llamada, qué le dicen, qué va a pasar, ¿será verdad?, ¿y ya está? ¿Qué llevará en la maleta? Tiene cita con el dentista, ¿cuándo puede ir? ¿Quién compra el vuelo, ya tiene que irse?… así daba vueltas a los asuntos prácticos cuando alguien le tocó en el hombro…
– Mãe, você não queria neve no Natal? Vamos para Madrid.
(Si el fichaje de Vini hubiera sido 3 días antes de Navidad, dedicado a su madre y a todas las madres del mundo)