El fenómeno youtuber se ha consagrado en España en un nombre: Ibai Llanos, que con el fichaje de Messi por el PSG ha alcanzado la cumbre. Ibai es un streamer y lo que hace es «comunicar». Su papel en el culebrón que ha llevado a Messi de Barcelona a París ha sido meramente testimonial: fue invitado a su fiesta de despedida y luego a su presentación en el Parque de los Príncipes. Y nada más. Pero nada menos. Ningún periodista español, ni deportivo ni de lo otro, tuvo el privilegio siquiera de acercarse.
La emergencia de Ibai ha puesto patas arriba al gremio más corporativista de la economía española, que es lo más corporativo que uno se puede echar a la cara en «democracia». A la pregunta unánime entre los antiguos prebostes de «¿qué hace este tío que no hiciéramos nosotros?», leo muchas respuestas y casi todas vienen a decir lo mismo: Ibai se conduce con simpatía ante las celebridades, «hace que se sientan a gusto» y «no les pregunta nada incómodo». Sobre todo, se incide en que no es periodista y que, por lo tanto, no vive de ello.
Eso es verdad, atendiendo a las cifras de su canal de Youtube y de Twitch: Ibai no vive de entrevistar a nadie, ni de investigar asuntos de interés público, ni de contar qué pasa en España y en el mundo, que es lo que, grosso modo, significa ser periodista. Lo suyo es el entertainment.
Ibai es un gordo feliz y eso lo blinda ante la opinión del común de nuestra era, como dijo una vez Ángel del Riego en Twitter: cae bien a todo el mundo y nunca dice nada que se salga del guión del espíritu que domina nuestro tiempo. Siempre tiene la palabra correcta y su alma es bella como le gusta pensar a todo el mundo que es la suya. La razón de su éxito me la dijo una vez un amigo mío que no consume para nada ningún tipo de prensa, ni analógica ni digital, y al que no le interesa en lo más mínimo el devenir de los acontecimientos del mundo ue transcurre fuera de su esfera estrictamente personal: se graba mientras habla de cualquier cosa, y se ríe. Dice lo primero que se le pasa por la cabeza. Es natural y espontáneo.
Es decir, hace algo que parece accesible a cualquiera y gana dinero con ello, tanto como para hacerle creer a cualquier español del montón que él también podría vivir así. Como comparte rango de edad con la mayoría de los actuales futbolistas de élite, se ha encontrado con ellos en un territorio común a todos los millennials y «zoomers»: los videojuegos. Esa es la diferencia sustancial con respecto a casi todos los periodistas deportivos (exceptuando a Manolo Lama, voz del FIFA desde el año catapún), que provienen de la universidad o de algún tipo de estudio superior y es gente bragada en el mundo «adulto», por llamarlo de alguna manera. Como los futbolistas modernos se elevan al Olimpo sin salir de la burbuja en la que crecieron de niños, resultan ser la mayoría niños grandes e Ibai, que gana dinero grabándose mientras juega a la play, es el referente hecho a propósito para ellos.
No es como Cristiano Ronaldo, por ejemplo, cuyo cuerpo y cuyos prodigios profesionales resultan manifiestamente inaccesibles a la gente normal y que, además, es consciente de ello, de ser un semidiós, por lo que a su alrededor sólo puede concitar, como los emperadores antiguos, miedo, envidia y odio. Pero Ibai, siendo entourage de Messi en el momento, informativamente hablando, más importante de su carrera deportiva, ha desplazado de golpe al periodismo tradicional sin ninguna manifestación de esfuerzo aparente. Con ello ha puesto contra la pared, en un par de días, a un establishment perfectamente asentado tras décadas de mediocre oligopolio, revelando una falla estructural, insalvable, entre generaciones que hablan lenguajes distintos y que conciben el mundo de manera muy diferente.
Eso es evidente pero también lo es que lo que ha venido a destronar a los viejos reyes que degradaron el periodismo hasta la putrefacción moral y la banalidad absoluta (De la Morena, González, Lama, Carreño, Castaño, el AS de Relaño, el Marca de Inda, Mister Chip, El Chiringuito, El País Deportes, etc, ¡es tanta la morralla!) no es otra cosa que una versión moderna y guay del cortesano con micrófono: si el modelo de trabajo en el que se basaba lo que hacían Deportes Cuatro o los de la SER que luego se fueron a la COPE consistía en la felación pública con cargo a filtraciones interesadas y una relación de cliente-patrón entre el periodista y el «protagonista de la noticia», lo que hace Ibai es empotrarse, como se dice en la jerga anglosajona del gremio, en el séquito de los futbolistas. Pero sin dar vergüenza ajena, o al menos, sin dar una vergüenza ajena boomer, cuyos rasgos fundamentales, en mi opinión, son la arrogancia estulta, la falta de escrúpulos, la condición de gañán que observa el mundo desde sus anteojos como si el mundo le perteneciera, y la exhibición impúdica de una ignorancia oceánica.
La «entrevista» a Messi en la zona mixta del Parque de los Príncipes, recién estrenado como jugador del PSG, es paradigmática: son cinco minutos en los que Messi no dice absolutamente nada, saluda a mucha gente y choca la mano de Ibai. Pero por esos cinco minutos mató medio mundo, y su seguimiento a través de Twitch tuvo tanta repercusión que las principales cabeceras de la prensa española los reseñaron revelando un escozor notable por no ser ellos quienes los hubieron conseguido. El impacto de esos cinco minutos vacíos es toda una confesión de esta nuestra época, más que ninguna otra llena del ruido y de la furia shakesperianos.
Ibai es «entretenimiento» y es verdad, lo que pasa es que el periodismo, en especial el deportivo, lleva convertido en entretenimiento desde principios de siglo. ¿Alguien se acuerda de aquel programa, Maracaná, de Cuatro? Andrés Montes en La Sexta, la deriva lúdica de las retransmisiones radiofónicas iniciada con Tiempo de Juego de Paco González y Pepe Domingo Castaño…la información deportiva hace mucho tiempo que dejó de ser información y se convirtió, toda ella, en entretenimiento, pero del malo, con informativos que en nada se diferencian de los espectáculos del bombero-torero y con showmans como Pedrerol que hacen una televisión, para los estándares del medio y de la época, sublime, pero que es tan periodismo como la teología tomista. El «infotainment» chusco y lamentable que terminó siendo el periodismo deportivo, con la emergencia de los canales de streaming, tenía las horas contadas.
Y la hora ha sonado. Como dejaron de ejercer el periodismo para actuar de bufones en un vodevil intragable e indigesto, los periodistas deportivos observan ahora cómo un tipo más joven, más despierto y más desacomplejado utiliza extraordinariamente bien las herramientas tecnológicas punteras del momento para componer un entretenimiento a la altura del canon y del público actual: Ibai compadrea como ellos compadreaban pero sin ese deje paternalista, sin esa cosa rastrera y sin ese oscurantismo txistu con el que se conducían ellos, que se daban aires de sacerdotes intérpretes de las palabras de los diosecillos de la fama.
Con Ibai o con los otros, la cosa sigue igual: la única alternativa a los Lu Martín, los Diego Torres y los coleguitas de gaming siguen siendo los imitadores malos de Norman Mailer, las portadas de JotDaun y el pastiche romántico con fotos en blanco y negro. Que Dios nos ampare.