Parecía difícil pero Juanma Moreno, en menos de dos años, ha batido la plusmarca de ruina económica andaluza que el PSOE estableció con todos los honores tras cuarenta años de saqueo institucionalizado desde el gobierno regional. Ha conseguido tamaña heroicidad pandemia mediante y avalado siempre por «los expertos». Si Siracusa hubiera gozado de tal asesoría científica durante la Segunda Guerra Púnica, en vez de al lerdo de Arquímedes, el cónsul Marcelo no habría traspasado sus murallas ni en dos vidas: habrían estado clausuradas a cal y canto con un cierre perimetral que no se lo hubiera saltado un gitano. Juanma Moreno ha decidido destruir lo que quedaba del tejido productivo andaluz (esa criatura mitológica) con unas restricciones arbitrarias que amplían sin disimulo las ya de por sí funestas y antidemocráticas instrucciones generales dadas por el Gobierno nacional a todas las taifas. Los plazos y las medidas emanan del real arbitrio de sus santos cojones. Los procedimientos legales, esas minucias que garantizan el elemental derecho del ciudadano libre a no ser reducido a la condición de súbdito por un poder omnímodo, son dilatados o acortados siguiendo el ejemplo del Soviet de La Moncloa: dando sermones apocalípticos a través de la publicidad institucional comprada en todos los medios, asustando a la población con el incesante goteo de ruido desinformativo y convirtiendo «La Seguridad» en un lecho de Procusto en donde a la Libertad se la duerme con burundanga.
Por supuesto, el presidente Moreno Bonilla también cuenta con el siempre inestimable aval de una población atemorizada, de espíritu parvo y poco acostumbrada al ejercicio de la libertad. Ante ella, con sus pintas de anodino vendedor de sofás de El Corte Inglés, Bonilla aparece como un pobrecito. Pobrecito este hombre, la que le ha tocado. Pobrecitos nosotros, señora, por tener que sufrir a tanto mequetrefe con mando que hace de su capa un sayo y se mete en nuestras vidas hasta la cocina. Los derechos fundamentales de reunión o de movilidad son pisoteados a placer por un lameculos de Génova 13 que ni se toma la molestia de preguntarnos qué nos parece la vaina. He llegado a ver imágenes que hace un año me habrían parecido un chiste: las entradas de los pueblos obstruidas por barricadas y la policía patrullando las calles como si se tratara de la frontera de Melilla con Marruecos. Qué disparate.
Con la vida comercial clausurada a las seis de la tarde, además, se asiste a un fenómeno curioso, sobre todo los fines de semana: la gente, que se alcoholiza a contrarreloj durante el tiempo en que graciosamente las autoridades les permiten estar fuera de su casa, suele continuar después en casas, pisos o campos de amigos y familiares, a menudo mezclándose con otros «núcleos de convivientes» ajenos al suyo propio. Este fenómeno puedo observarlo en Chipiona, que es donde vivo, pueblo que roza los 20 mil habitantes y me sirve para ilustrar la pretendida eficacia de las medidas salvíficas. Es fácil deducir que se hace extensivo a otros muchos lugares de la geografía regional, dada la bendición que supone el clima y la naturaleza expansiva de una sociedad acostumbrada a alternar, a frecuentarse unos a otros, a hacer, lo que se dice, vida en la calle. Pero qué vida en la calle va a hacer un prototipo de la vieja escuela política como es Juanma Moreno, arquetipo de apparatchik, profesional de la intriga entre los bastidores de las monstruosas agencias de administración del poder que eran el PP y el PSOE del antiguo bipartidismo. Moreno encarna las anti-virtudes, que no carencias, que han conducido a la «España del 78», falsariamente feliz (hasta que se acabó la guita de Europa y la bonanza general que trajo al mundo la caída del Muro de Berlín se desplomó con las Torres Gemelas), al abismo contemporáneo: amoral, sin principios ni convicciones que no sean las del momento, las que estén de moda; ladino, calculador, oportunista, gregario, arribista, gris, de espíritu pequeño hasta en la componenda (se puede ser Talleyrand y se puede ser Lépido, pero éste no llega ni a eunuco sordo del harén de Topkapi); covachuelista ideal del nefando imperio Rajoy y de maneras inquietantemente jesuíticas, escucharlo hablar, dar un discurso, es como asistir a uno de esos bautizos laicos que estuvieron de moda en la repulsiva España de Zapatero. O como ir a misa y que haya catecúmenos dando el coñazo con la guitarra.
Moreno Bonilla es la desarticulación ideológica y ética de la derecha española, el símbolo de su fracaso absoluto o mejor dicho, de su desamortización: ni democristiana, ni conservadora, ni liberal, sino la emulación, el sucedáneo lamentable del detritus postmoderno en el que se ha escurrido la socialdemocracia europea como una fregona vieja. El último regalo de Soraya Sáenz de Santamaría a los españoles, la última carga de profundidad. Representa el ansia desmesurada de poder de Totrski sin el instinto asesino de Stalin. La nauseabunda melifluidad. Es normal que cuando sale alguien con voz propia y unas cuantas ideas, como Isabel Díaz Ayuso, hasta en su propio partido se escandalicen tachándola de radical como si eso fuera una especie de excomunión. Sin desfolclorizarla ni un ápice, ha llenado Canal Sur de papagayos exquisitamente tontos como Teodoro León Gross y toda la chatarra chavesnogaliana que lo acompaña, basura periodística que se vende como carne gourmet y que se caga a diario en la tumba del maestro sevillano. Voceros bo-bo que los llamarían en Francia, sujetos ideales de la sátira houellecquebiana, que, por si fuera poco, cavan una galería bajo las blandas murallas de su gobierno bajo esa apariencia sibilina de «periodismo serio». Gabilondismo actualizado. Como presidente de la región más grande y habitada de España, y probablemente también de la más desaprovechada, de infinito caudal humano, histórico y material desperdiciado, de prosperidad, digamos, en estado latente, a Moreno Bonilla lo único que le preocupa es que nadie le pueda reprochar que no es «un presidente del siglo XXI». No hay más que ver su cuenta de Tuiter: una Andalucía verde, sostenible, ecológica, renovable, feminista y biodegradable, supongo, porque de COVID nadie podrá acusarle nunca que murió bajo su alegal gobernanza, pero esta tierra está quedando exquisitamente para que la tiren al contenedor de la basura.