No te quejes

El español medio lleva viviendo una vida muy rara desde marzo. Ocurren muchas cosas a su alrededor que tienen una explicación difícil, abstrusa, o que directamente no la tienen. En ese sentido el español normal parece más que nunca un mortal en una tragedia clásica, totalmente expuesto y desamparado, al albur de poderes muy superiores a sus minúsculas fuerzas. Poderes caprichosos, como los dioses del Olimpo. Poderes cuyas veleidades le cuestan al españolito vida y hacienda sin que tenga la menor oportunidad, el menor recurso para exigirles cuentas a esos poderes omnipotentes, leviatanescos. Lo han encadenado a la mascarilla, ese artefacto antihumano, como a Prometeo en la roca, mediante un ukase irrebatible, precedente directamente del Altísimo. Ni siquiera puede reclamar el legítimo derecho a quejarse, a no estar conforme, pues en seguida es tildado de negacionista, insolidario e hijo de la gran puta, poniéndolo a la altura del nazi que refuta el Holocausto. Lo han arrestado primero en su casa, tres meses, luego en su barrio, después en su pueblo, si tiene suerte, sólo en su regioncita. Le han obligado a detener su actividad económica sin que por ello cese la obligación de tributar al tesoro público. Lo más denigrante de todo ello, sin duda, es que además lo están convenciendo de que todo es por su bien mientras le pasan por la cara sin pudor alguno, en televisiones, radios, prensa e Internet, los tratos obscenos con que se reparten ese dinero que le quitan a la boca de sus hijos los miembros de la impune casta extractiva, en televisada almoneda.

Lo más extraordinario de todo este ya viejo nuevo estado de cosas es que el individuo corriente de a pie lleva casi un año sometido a una presión mediática disparatada por parte de la legión de esbirros del Gobierno. La síntesis del ad hominem es todo es por tu culpa. Primero le dijeron que no hacía falta ponérsela, que eso era cosa de conspiranoicos, de majaras, que ponerse un bozalito por la calle a principios de marzo era alimentar la histeria social y por lo tanto comportarse como un quintacolumnista, como un agente del fascio. Luego, de un día para otro, hubo que ponerse mascarilla por cojones, a todas horas, en todas partes, incluso corriendo al aire libre, supongo que incluso follando también habría que ponérsela, no en vano el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Filmin Turrión, tuvo a la madre de sus hijos con coronavirus un mes largo y a él la cosa ni le rozó la coleta.

En nueve meses el españolito de infantería ha visto su vida reducida a la del siervo de la gleba de la Edad Media: rogando permiso al señor para trabajar, sin poder desplazarse fuera de su terruño y sujeto a disposiciones arbitrarias de autoridades incontestables. Como dice Albiac, un Estado de excepción que riza el rizo de los que hubo con Franco, sine die, cosa inaudita, la democracia, o lo que quedaba ya de ella en marzo, suspendida de facto por la voluntad de un reyezuelo, Pedro Sánchez, que es primus inter pares, pues aquí cualquier jefe de negociado de oficina municipal venido a más llega a un gobierno autonómico y se le mete al ciudadano hasta la cocina. Mientras el españolito medio observa cómo le tienen a España empalada y dando vueltas sobre la lumbre con una manzana en la boca y a él, claro, lo usan como aceite con el que untarla para que se ase bien. Para que quede bien crujientita. La lluvia de millones que se preve caiga de Europa tiene ya dispuestos a los cazarrecompensas habituales, la Compañía de Jesús moderna (las Deloittes). El europetróleo financiará algunos años más de deriva rumbosa hasta que la cosa ya no de más de sí y explote por alguna parte, imagino. Los enemigos jurados de España y de la libertad de los españoles, mientras tanto, y mientras puedan, se reparten el botín, agotan las existencias de un Estado que se está haciendo el harakiri y llenan con el sudor común de los expoliados la despensa de sus taifas, que a no mucho tardar en un lustro intentarán por la fuerza elevar a la categoría de repúblicas independientes. Pero tú ponte la mascarilla y no te quejes, hijo de la gran puta.

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