El PP tiene que hablar de la Guerra Civil y no rehuir este combate con el aberrante pretexto de que «es una cortina de humo del Gobierno» o «hay cosas más urgentes que preocupan a los españoles». Eso es una gilipollez, lo sería en cualquier caso y en cualquier época, pero ahora, además, es una gilipollez peligrosa. No hay ninguna cortina de humo del Gobierno petropavliano con este tema como tampoco la hubo con el asunto del Valle de los Caídos: estamos ante un cambio forzado y acelerado, de régimen. Mientras Pablo Casado no para de hablar de «la vuelta al cole» el vicepresidente segundo del Gobierno, el jefe de la facción comunista, no para de asegurar que estamos ante «una época nueva» en la que todo lo que hay a la derecha del PSOE «no volverá a formar parte del Consejo de Ministros». Esto no es una amenaza, es una declaración de intenciones. Iglesias se puso el otro día a plantear una «redefinición del Estado» con Bildu y Esquerra, procurando que en la foto saliera bien el cartel más famoso de entre todos los de la propaganda republicana: el del Ejército Popular que exigía la disolución de las milicias obreras y su integración en las brigadas-mixtas del nuevo ejército de la República (cartel de Emeterio Melendreras, publicista afiliado al Sindicato Profesional de Bellas Artes, de la UGT). Esa redefinición del Estado español que marcha adelante impulsada por socialistas, podemitas, esquerros, etarras, catalanistas de derechas, catalanistas pijo-libertarios, peneuvistas, etc, implica negarle la legitimidad política e incluso moral a la mitad del país, destruir lo que queda de la noción de soberanía nacional, desintegrar la unidad histórica conocida como España, repartirse el ceaucesquiano palacio del poder y establecer de facto una dictablanda que se sustente a sí misma a través de los años sobreviviendo a los vaivenes de una UE muerta y un Occidente decrépito. El PP lleva años hurtándole el cuerpo al toro de la memoria histórica, sin ser capaz asimismo de, cuando gozó de la mayoría absoluta más importante de la historia de la democracia en España, derogar la abyecta ley zapaterista, ni siquiera de cambiarla en alguno de sus términos más funestos. Todos esos años en los que abdicó de su deber histórico para con la democracia cristiana, la justicia social, el patriotismo y las convicciones morales profundas acerca de España, el pueblo, la nación y el pasado, hasta transformarse en una monstruosa agencia de colocación sólo superada por el PSOE. La Memoria Histórica es el caballo de Troya con el que el magma revolucionario de la izquierda que habitaba las cloacas de la Historia hasta el 11-M pretende ganar la guerra que terminó en abril de 1939. El PP tiene que poner a su legión de becarios, apparatchiks y replicantes con alma de funcionario ruso descrito por Gogol que pueblan los cuadros intermedios del partido a extraer de las obras de Ranzato, Malefakis, Fraser, Thomas, Payne, Trapiello o Julius Ruiz el jugo con el que refutar al adversario. Y hacerlo en el ring, en el tatami, en la arena, en la tribuna, en el periódico, en el podcast, en la radio, en Youtube, en TikTok y, por supuesto, en la calle. Negar, refutar y contestar la mentira, la gran, inmensa, apestosa y criminal mentira, con que las fuerzas oscuras están robándole España a sus dueños soberanos. Que son todos y cada uno de los españoles. Porque la Historia no contempla el vacío, el poder se ejerce, no se administra; no es una consultoría, no es una gestoría de provincias, sino que es la capacidad de penetrar y adueñarse del corazón, las almas y los miedos de los gobernados. Y si los gobernados no impiden que el gobernador se apropie de cada parcela de su alma, está vendido. Ya es súbdito.
Hay que hablar de la Guerra Civil
0