Nunca pensé vivir una cuarentena, pero aquí estamos. Hoy es, oficialmente, el segundo día. La saturación de información y de contacto social a través del teléfono móvil resulta ya insoportable. Creía que el aislamiento propiciaría el recogimiento, el estudio y el silencio: ocurre todo lo contrario. Vivimos en una colmena donde el rey es el meme. También estamos ya en el Horizonte Greta. Ayer caí en eso. Se suceden las ilustraciones en absoluto inocentes en las que el globo terráqueo sonríe, como aliviado, como tomándose un descanso, seguramente partiéndose el culo con las miserias que les están cayendo encima a millones de personas. Un país parado por completo que ni emite CO2 ni gasta, ni consume, es decir, que se empobrece vertiginosamente a cada hora que pasa. Esta es la situación ideal que el agitprop filocomunista no ha perdido un segundo en aprovechar para bautizarla como «decrecimiento». Lo había visto en redes, en Facebook, compartido por gente de la que sé con seguridad que tienden al marxismo-leninismo pero el sábado se lo vi en un tuit a una diputada nacional del PSOE: la ya famosa gráfica de la «modesta proposición» que ha puesto en circulación un dibujante de conocida vinculación con Izquierda Unida. A gente como ella, Andrea Fernández, diputada por León, «la hija del carpintero» como se describe en su biografía tuitera, le da lo mismo lo que signifique en realidad «decrecer». Ella es una apparatchik de éxito fulgurante. Su proyección es de ministra en cinco o diez años y, a lo sumo en quince, embajadora de España en la ONU o alguna sinecura parecida. No va a conocer jamás las consecuencias que decrecer tiene en la vida de la gente normal. Detener el intercambio de bienes y servicios en una sociedad es condenarla a una ruina de alcance impredecible. Eso no lo saben los transmisores de la propaganda comunista pero colijo que sí sus ideólogos. Ese es el objetivo. Lenin pensaba antes del verano de 1917, como Marx, que había que llevar el desarrollo capitalista al último grado para forzar su colapso. Que la locomotora descarrile a la máxima potencia. Lo están consiguiendo. Detener el complejísimo entramado de la realidad, decrecer, significa gente sin recursos para darle de comer a sus hijos. Gente al paro hasta no se sabe cuándo. Gente con miles y cientos de miles de euros tirados en inversiones sin retorno. Gente que no puede pagar la hipoteca ni tampoco, por supuesto, el alquiler. Significa gente echando a gente a la calle, gente arruinada, sectores muertos, miseria, dependencia y pobreza. Todo el que no disfrute de un sueldo fijo está en la situación de Robinson Crusoe, abandonado en una isla desierta al albur de sus propias fuerzas. Muchos puestos de trabajo terminarán revelándose como prescindibles. O no, pero quién sabe. También está la idea subyacente, disparatada y ahistórica por completo, de que en una sociedad alternativa, es decir, socialista, no se crece, como si Rusia o China no se hubieran industrializado a marchas forzadas durante sus regímenes soviéticos consumiendo ingentes cantidades de recursos naturales, naturalmente destruyendo bosques, ríos y mares sin pensar un segundo en la Madre Tierra. Decía El Inmortal en Gomorra que los terremotos son buenos porque sanan la tierra. Seguramente el sistema político que salga de esta crisis será diferente: ayer intuí una aspiración recentralizadora, pseudojacobina, en lo más serio de este Gobierno de teleñecos, Margarita Robles, o quizá fueran mis ganas. La fractura gubernamental es evidente, sus socios separatistas, fieles a su naturaleza, utilizan la crisis para forzar una autoridad nacional muy disminuida por cuarenta años de demolición interna, pero el PSOE todavía mantiene una pulsión estalinista en su praxis que parecía finiquitada hacía tiempo pero que ofrece un último asidero en este momento crítico. En otro orden de cosas, tenía algo que decir acerca del gesto espontáneo de salir a los balcones a aplaudir y gritar vivas a la sanidad pública de un país llamado Estado, pero ya lo dijo todo ayer y muy bien por cierto Carlos Malpartida. Después de que Pedro Sánchez, tras ocho horas de rumores de autogolpes podemitas en el Consejo de Ministros, anunciara el sábado por la noche el Estado de Alarma, eché en falta a la Patrulla Águila dibujando en los cielos estatales algún artículo de la Constitución. En Tel Aviv ayer el edificio del parlamento israelí dibujaba la bandera de Italia, país que está afrontando la devastación coronavírica coreando su propio himno nacional, cantando canciones del folclore popular y confortándose con los símbolos propios del patriotismo, que aquí sustituimos por arcoíris, palmas y la culpa, de los madrileños.
16-03-20
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