El otro día descubrí gracias a la radio un concepto interesante: la noche lunar, un nombre que me pareció muy poético, con una carga lírica evidente. Por lo visto en la luna, la noche dura dos semanas, y las temperaturas bajan aún más que en las noches de cualquier desierto terrestre. Una noche lunar, por tanto, es un período de oscuridad largo y frío al que rápidamente vi mucho potencial literario, por sus connotaciones melancólicas. Me acordé de una película muy buena que vi hace mucho tiempo: Moon, de Duncan Jones. En un futuro distópico pero no demasiado remoto, un hombre, un trabajador de una empresa privada que explota la Luna, vive en ella cumpliendo con un contrato de varios años. Allí realiza, día tras día, todas las labores encomendadas al encargado de una mina cualquiera, con la particularidad de que está solo. Vive solo, no habla con nadie, salvo con un robot que le asiste. Los días se repiten con monotonía, pero el hombre vive sostenido por la esperanza de regresar, al cabo de su contrato, a la Tierra, y volver a ver a su mujer y a su hija. Todas las noches, antes de dormir, se consuela mirando una foto de ellas…revisando los detalles en FilmAffinity, veo que todos la comparan con los clásicos del género. Solaris, 2001…y sin embargo, nadie menciona una novela, publicada cinco años antes, cuyo argumento y desenlace es casi calcado: La posibilidad de una isla, de Houellebecq. Al final, el hombre, atenazado por la inminencia de su decrepitud, reflexiona sobre su vida, analiza su condición y descubre que sencillamente, es un clon, un sólo clon, ni siquiera es un hombre. Y ante la terrible revelación, como si algo en la noche lunar despertara el último vestigio de humanidad, el hombre decide rebelarse. ¡La noche lunar! Hay noches áticas y noches lunares, igual que hay luz del sol, y luz de la Luna. Como también hay amor, e indiferencia, y nosotros, igual que esos clones programados, estuviéramos condenados a chocar eternamente por las paredes de ese laberinto de absolutos opuestos.
Escuchando esta mañana también la radio, me vino a la cabeza una expresión muy de mi madre, de mi abuela y de las mujeres viejas de mi pueblo. «¡Estar más preparado que un ministro!» Se lo comenté a mi padre y él sentenció: hasta eso ha caído.
Hasta eso ha caído. Fin de siècle.