Cuando terminé la carrera de periodismo, en 2012, hacía mucho tiempo que había olvidado por qué, en primer lugar, decidí, en un momento dado de mi vida, empezar a estudiarla. Ha pasado ya más de un lustro desde entonces y hasta ayer no recordé cuál fue, en realidad, el motivo fundamental que me llevó a ello. Lo recordé leyendo Huida y fin de Joseph Roth, el conjunto de recuerdos que el escritor Soma Morgensten recopiló de su amigo muerto varias décadas antes, de viva memoria, sin ningún apoyo documental, epistolar ni de ningún tipo, al final de su vida, en su exilio de Nueva York. Escribe Morgensten acerca de la etapa, en los años de entreguerras, en los que ambos, él y Roth, trabajaban en el principal periódico alemán, el Frankfurter Zeitung, ancestro del actual Frankfurter Allgemeine:
El Frankfurter Zeitung tenía puntillosos, corresponsales puntillosos y algunas prescripciones puntillosas que no tenían otros periódicos. Estaba prohibida, por ejemplo, la expresión «como es sabido». Las entrevistas también estaban prohibidas, incluso con esta fórmula: «Aunque consiga usted entrevistar al emperador de China, ¡no lo imprimiremos! También estaba prohibido, sólo por citar otro ejemplo, «sabemos de fuentes autorizadas…» Nada es autorizado. ¡Nómbrense las fuentes o deséchense!
Qué maravilloso y qué anacrónico, qué tan fuera de lugar en el mundo de hoy. ¡Nómbrense las fuentes o deséchense!