Ahora que se ha puesto de moda el Bella ciao por culpa de una serie que se llama La casa de papel y que le gusta a todo el mundo -por lo tanto, de entrada, recelo- recuerdo otra de las tonadas del coro del Ejército Rojo. La escuché este mismo verano en Foreign Affairs, de Billy Wilder, traducida en España como Berlín Occidental: The Song of the Plains, la canción de las llanuras o algo semejante. La tocaban unos soldados bolcheviques borrachos como cubas en el Lorelei, el club donde se desarrolla el núcleo de la película, magistralmente contada por supuesto por el genio Wilder a través, entre otros muchos recursos narrativos, de los espejos, como en el frame de la escena que he elegido para ilustrar esto. Desde entonces no puedo parar de escuchar esa canción. En realidad me pregunto cómo no siguieron más allá de Berlín, cómo no llegaron a París -como le confesó, burlón, Stalin a un diplomático inglés, años después, lamentando no haber conseguido lo que sí logró el zar Alejandro I en 1813- cuando los impulsaba esa música. Ya, ya sé que la mayoría de las tonadas que hoy conforman el repertorio del coro del Ejército Rojo fueron compuestas después de la guerra, muchas de ellas, como la elegida luego como himno de la URSS, bajo presiones inhumanas y amenazas veladas de gulag. Pero escucho The Song of the Plains y siento contenida dentro del ritmo la fuerza salvaje y sangrienta de la venganza racial, del contraataque sin misericordia que el eslavo emprendió contra el germano tras frenarlo a kilómetros de Moscú, y en Stalingrado. Hay algo que diferencia la guerra mundial en el frente ruso de todos los demás: fue un choque entre dos fuerzas antiguas, dos fuerzas premodernas, prerracionales que revistieron de ideología un enfrentamiento que trascendía la coyuntura del tiempo, un choque dilatado a lo largo de los siglos y disparado ya en 1914. Eso está en la canción, esa energía innombrable por pavorosa que sembró Europa del este de muerte y ruina sin parangón en la Historia del hombre. Rusia es planicie esteparia y vastedad oceánica cuyo líquido es la nieve. Su horizonte es de sangre. En esa canción está la cabalgada cosaca de Mélejov al principio de la primera guerra y su sablazo lleno de miedo contra el cráneo del junker austrohúngaro en aquella aldea perdida de Ucrania; también esos infantes bolcheviques pasando la pieza de artillería en medio del Rin, en 1945. Quizá sea mejor que las camisetas, el merchandising y la moda hoy sea para el producto prefabricado, para el refrito, para La casa de papel. Al fin y al cabo, la verdad que se cantaba en el Lorelei de Billy Wilder era una materia oscura hecha con los jirones del Apocalipsis.
