«Las cosas que han de ser difundidas»

Es posible ya intuir la conexión entre el proceso de demolición de la nación española y uno, mayor, mundial, que cada vez de forma más evidente nos descubre la intención de algunas élites occidentales de desvincularse completamente de las antaño clases medias, pequeños burgueses nacidos en torno a los 60 cuya descendencia afronta niveles de empobrecimiento semejantes a los de las generaciones que precedieron a aquéllos. De qué, si no, Greta la pasmada, como dice Ángel del Riego en Twitter, o la imbricación del animalismo en el ecologismo totalitario cuya pretensión más firme es conseguir que los pobres, como hace cien años, no puedan comer carne ni tampoco viajar. En medio de este paisaje desolado, como de batalla librándose al atardecer, por lo tanto cada vez más lleno de sombras que confunden a los que en ella pelean, me encuentro con esto el viernes pasado, en la Feria Internacional de Muestras de Gijón, dentro de una curiosa exposición que ilustraba grosso modo la presencia romana en el área:

Nuestro propaganda es un gerundivo latino de propagare, que entronca, qué apropiado es decirlo, con propages, que significa esqueje, retoño. Significa literalmente lo que debe ser difundido. Una vez mi padre quiso tener una higuera negra y para ello injertó un esqueje de una en el tronco de una higuera blanca; así aprendí yo que el mundo puede ser rediseñado por el hombre. Estamos en ello. Lo primero que nos contó nuestro profesor de Comunicación y propaganda, una optativa interesantísima de tercero de carrera, fue que la diferencia entre la publicidad y la propaganda estriba en la ideología: en Gijón, el viernes, yo me encontré con un claro ejemplo de propaganda pagada por una de las instituciones del Estado que, como el parásito del caracol que está rulando por Twitter, ha poseído a la nación y la está devorando. La nación ya no es más que un zombi y muchos de quienes sin ella se encontrarán reducidos a una condición lacayuna prácticamente feudal aplauden entusiasmados cada nuevo tour de force. La RAE establece estupendamente cómo han de tratarse los topónimos en lengua española y además si yo conservase la ilusión de que esta es una guerra caballerosa donde se observan las normas gentiles podría esperar una correspondencia en la traducción del texto a esa compilación de fablas locales asturianas que las élites han convertido ya, a semejanza del vasco, del catalán y del gallego, en arietes propagandísticos contra la nación: pero esta es una guerra de aniquilación, y la RAE, en tanto elemento de autoridad y de prestigio consuetudinario, también es parte del botín a conquistar.

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