El comandante pirata

Es 21 de julio de 1936. El golpe contra el Gobierno ha triunfado en Palma de Mallorca y el comandante general de las Baleares, Manuel Goded, ha partido hacia Barcelona con objeto de tomar el control de la ciudad para los rebeldes, aunque ya ha fracasado y a esas alturas se encuentra prisionero en el puerto de Barcelona a bordo del Uruguay. A la misma hora en que en Sevilla Queipo de Llano avanza sobre Triana y una columna de soldados y milicianos sale de Madrid hacia Toledo, un buque torpedero clase T-1 bautizado como Número 17 fondea en la bahía de Pollensa. Su comandante desembarca solo y se dirige a la base de hidroaviones del puerto de Pollensa. Es un teniente de navío de 34 años y se llama Carlos Soto Romero. Tiene fama de desequilibrado en los círculos de la oficialidad de la Marina de Guerra de la República en los que se mueve. Lo cierto es que esta mañana le brillan los ojos. Se acaba de casar. Ha permanecido, quizá por ello, quizá por una convicción íntima real, leal al Gobierno tras los acontecimientos del 18 de julio en Barcelona. Allí le encomendaron una misión ambigua, unas órdenes poco claras que él no obstante se apresta a cumplir con diligencia. No ha mostrado duda alguna y por ello pisa tierra mostrando una bandera blanca: quiere hablar con el comandante rebelde de la base de hidroaviones.

-Necesito un coche que me lleve a la Comandancia Militar de Palma.

Desde el muelle se puede ver la silueta panzuda y chata de su barco oscureciendo el horizonte: sus dos chimeneas negras destacan, son dos rasgaduras sobre la gama de azules que conforman el mar, que está como un plato, y el cielo, radiante y despejado. El comandante le pide por teléfono un taxi y desde Pollensa mandan a Macià Plomer, de 28 años, que trabaja de chófer y mecánico en la ciudad, a que lleve al teniente Soto a Mallorca, a La Almudaina. Por el camino el chófer, que no sabe quién es ese extraño teniente, entabla conversación, le cuenta que hace poco despidieron a su padre, que trabajaba picando piedra a cuenta del ayuntamiento de Palma. Soto le contesta discretamente que pronto todo se arreglará, que no se preocupe. A la mitad del trayecto un control de soldados los obliga a detenerse. El teniente Soto se explica con el sargento, el sargento llama a Mallorca, desde Mallorca le ordenan que dejen continuar a aquel coche pero que dos de sus soldados deben acompañarlo. Ahora son cuatro y llegan a media mañana al Palacio de la Almudaina. Macià Plomer se queda fuera esperando, hay mucho movimiento de gente, falangistas van y vienen en camionetas y motocicletas, militares entran y salen de la Comandancia. Los dos soldados del control acompañan al teniente Soto hasta la puerta del despacho del nuevo comandante militar de Baleares, el coronel Aurelio Díaz de Freijó. Soto entra solo. Se cuadra a la velocidad del rayo.

-Descanse. Buenos días. ¿Qué se le ofrece?

-Buenos días. Le conmino a que se rinda usted y toda la guarnición de la isla. Queda arrestado en nombre de la República.

El coronel Díaz de Freijó lo mira estupefacto. Se ha levantado para saludarlo, la mano se le ha quedado congelada, los cuatro dedos extendidos junto a su sien derecha, parece una figura de plomo. Tras un instante recobra la compostura, tose, se aclara la garganta.

-¿Qué dice usted?

Se oyen pasos fuera. Se abre la puerta del despacho bruscamente. En el umbral aparecen los dos soldados del control, un cuarentón vestido de azul mahón con botas negras altas y un cinturón de cuero del que sobresale la funda de una pistola y el teniente coronel de Ingenieros Luis García Ruiz, revólver en ristre.

-¡Queda usted detenido! grita éste mirando al teniente Soto.

El aludido se gira lentamente, comprueba los galones de quien le habla, se cuadra y le responde con tranquilidad:

-Soy el teniente de navío de la Marina de Guerra española Carlos Soto Romero. Estoy al mando del torpedero T-1 Número 17. En este momento sus tres cañones Vickers de 47 milímetros y sus dos lanzatorpedos están apuntando en dirección a la población de Pollensa. Si yo no vuelvo al mediodía, tienen orden estricta de bombardear la ciudad.

El comandante militar de Baleares, el teniente coronel de Ingenieros, el jefe falangista de Mallorca y los dos soldados tragan saliva a la vez. Soto los mira alternativamente a uno y a otro, hace un gesto con la cabeza:

-Bien, con su permiso, aquí termina mi misión. Buenos días.

Da dos pasos hacia la puerta, el teniente coronel García Ruiz se aparta, el falangista se aparta y los dos soldados también hacen ademán de apartarse. Del fondo del despacho sale la voz de Díaz de Freijó:

-Espere, por Dios.

El teniente coronel de Ingenieros hace una seña al jefe de la Falange y a los soldados, se quitan de en medio y cierra la puerta. El falangista, nervioso, se dirige a los soldados con agitación.

-Quiero una batería de obuses del diez y medio cagando leches hacia Pollensa, ¿estamos?

Los dos soldados salen de La Almudaina y se montan en el coche que los ha traído hasta allí. Hacen un gesto a Marcià. El hombre tira un cigarrillo y se monta.

-Volvemos. En Inca nos bajamos nosotros, tú puedes seguir hasta Pollensa.

-¿Y el teniente de navío?

-Vuelve más tarde. Y písale a fondo.

Media hora después sale el teniente Soto. De inmediato llega un coche de la Comandancia. El teniente se sube y arrancan en dirección Pollensa. Cuando pasan junto al control en Inca los espera un retén mucho mayor que el de por la mañana. A punta de fusil paran el coche:

-¡Los dos, fuera, ahora mismo!

Cuando la batería desplazada a Pollensa alcanza su emplazamiento en una loma alta que domina la bahía, en el campo junto a la ciudad, del torpedero Número 17 sólo queda una estela negruzca disolviéndose poco a poco en el cielo azul mediterráneo.

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