Crónica del sur de España #15

 

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#15 Concurso.

Está siendo en estos días como cada año en carnaval el concurso del Falla. Concurren unas llamadas agrupaciones (chirigotas, comparsas, cuartetos y coros) y Canal Sur tiene por así decirlo sus derechos televisivos. Naturalmente los explota sin medida. Por imperativo familiar me he tragado algo de este concurso durante las comidas. Una de las consecuencias peores de no poder emanciparme aún es la del silencio, es decir la de su falta, almorzar y cenar con ese retrato guionizado del mundo que ofrece el telediario me resulta insoportable, la tiranía del televisor es absoluta y absolutista, aniquila la conversación y al fin y al cabo para qué se reúne uno con sus semejantes en torno a una mesa si no es para hablar, para conversar. Además el ruido, el mismo ruido, el chillido y el griterío, es una cosa que embota el alma, algo indigerible, en fin, hablaba del Falla. Como digo me tragué el otro día sin yo quererlo la presentación de una de estas agrupaciones, de una comparsa o de una chirigota, cómo distinguirlas, sustancialmente son lo mismo. El comentarista la introdujo diciendo que sus letras habían destacado hasta el momento por ser críticas. La idea que yo tengo de lo crítico, de lo que social o políticamente, o si se quiere ser puntilloso de lo que es crítico sociopolíticamente, es radicalmente contraria a la que colegí de la escucha de algunas de las letrillas de este grupo aparentemente crítico. Según mi experiencia, para los entendidos y para el gran público que sigue con inusitada avidez este concursillo, las agrupaciones más aclamadas unánimemente, las letras que por lo común tienen más éxito y son aclamadas universalmente así, como críticas, son las que dicen lo que el público quiere escuchar. Se produce así la bochornosa situación siguiente: los autores con más, digamos, pedigrí, en Cádiz, los más nimbados de una aureola de genios e incluso algunos también de bohemios, son los que más y mejor masturban a sus espectadores. En mi opinión una agrupación verdaderamente crítica debe salir escoltada por la policía del teatro Falla, estar a un tris de ser linchada, porque lo crítico es lo que hace sentir incómodo al que escucha, al menos durante una milésima de segundo. Compruebo de este modo por lo tanto mi vieja intuición de que el Falla y por extensión el carnaval gaditano opera en la conciencia colectiva de esta parte de España como un elemento de autoafirmación colectiva, como una grandiosa masturbación comunitaria. Sin embargo no es extraño, en el sentido de que como tradición cumple una función más antigua que el hilo negro, todas las tradiciones son al fin y al cabo una manera de convencerse junto a los que habitan nuestro mismo espacio y comparten nuestras mismas cuitas cotidianas de que somos los mejores, de que nuestro lugar y nuestro tiempo es un lugar y un tiempo que merece ser vivido, aunque sea mentira: de que, en una palabra, pertenecemos a algo, de que compartimos entre todos una identidad bien definida en torno a una especie de pacto que emana del tiempo, que se transmite entre generaciones. Aparte el carnaval gaditano es un instrumento estupendo para la consolidación del andalucismo folclórico con el que el PSOE andaluz, a través de su tele pública, ha establecido su poder clientelar a lo largo de cuarenta años. Sospecho que el nuevo gobierno autonómico de peperos y ciudadanos no va a cambiar nada en este sentido. Me consuela pensar que esta claudicación general de lo intelectual proyectada desde una ciudad que hace poco más de 200 años era un emporio de cosmopolitismo y audacia política en Europa es por completo irrelevante más allá del área de influencia de Canal Sur. A nadie en España le importa un carajo lo que digan los autores gaditanos, gente por lo general con unas ínfulas extraordinarias que si en algo son verdaderamente maestros es en la lanzada a moro muerto (consideren esto una coda de lo que decía antes, de la crítica). Constato también con una tristeza insoslayable que hay un número cada vez mayor de aficionados a este concursillo y a sus letritas entre los jóvenes universitarios no ya de la provincia gaditana sino sevillanos, malagueños, cordobeses o de Jaén, pero inscribo este hecho en la más amplia defenestración moral e intelectual de la generación a la que pertenezco, auténtica escoria ética y genuina primera gran cosecha de la devastación educativa a la que con empeño sistemático se han dedicado todos los gobiernos españoles de la restauración democrática. Además, en este tiempo que vivimos, en este hoy tan totalitariamente laicista, ¿nadie es capaz de advertir que el carnaval está indisolublemente ligado a la contrición cuaresmal? ¿que si la Semana Santa y por supuesto la cuaresma, en su vertiente puramente religiosa, ya no tiene sentido alguno en nuestra sociedad, el carnaval, en puridad, tampoco? Pero esto, en realidad, ¿a quién le importa ya? Es probable no obstante que sea yo el que esté fundamentalmente equivocado, sería lo más normal, de seguro lo estoy, al fin y al cabo me siento en esencia ajeno no ya al zeitgeist de mi época y de mi comunidad sino al de mi propia casa, al de mi propia familia y amigos. En fin, esta foto que ilustra esta entrada la tomé en la playa de la Cruz del Mar, Chipiona, el miércoles pasado en el après-midi. Me embobo todavía con la simetría perfecta, con la combinación de azules, es como un Rothko, uno amable. Ya rompe la primavera y las tardes son más largas, más luminosas, adquieren una tonalidad irresistible, huelen, huelen verdaderamente, a vida palpitando, a vida en potencia. No obstante estas tardes tan maravillosas me producen melancolía aunque esto forma parte de mi naturaleza, no hay de qué preocuparse. Es también una extraña mezcla la que siento dentro de mí, de alegría y melancolía, sin duda uno de los síntomas de la necesidad de amar y ser amado que también experimenta mi cuerpo.

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