El candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía por el Partido Popular, Juan Manuel Moreno Bonilla, sube al estrado. Se oyen murmullos, un siseo prolongado que recorre la sala oval mandando callar, expectación, toses. El candidato va vestido como un almirante de la Marina, chaqueta añil de doble botonadura, corbata bermeja, pantalones color hueso. Deja los papeles con los que ha subido al estrado encima del atril, con parsimonia mira en derredor, una pícara sonrisa se apunta en su cara mofletuda, se mete la mano izquierda en el bolsillo del pantalón y la otra la apoya perezosamente sobre el borde del atril, como dejando caer todo el peso de su cuerpo sobre la palma de esa mano. Carraspea y habla con tono fuerte, rotundo:
Señorías, señora presidenta de la cámara, señores miembros de la Mesa, andaluces todos, hoy me dirijo a ustedes de forma clara y sencilla porque tengo algo que pedirles: quiero ser el presidente de la Junta de Andalucía.
Vengo aquí ligero de equipaje. Todos me conocen, huelga redundar, huelga volver a lugares comunes, huelga acudir a palabras vacías porque Andalucía no está vacía sino llena de un potencial humano y natural que sólo ha de tomar conciencia de sí mismo para inspirar hacia el progreso a las generaciones presentes y a las que vendrán.
Aquí me tienen, acompañado por unos papeles que, en realidad si les soy honesto e imagino que aquí nadie espera de mí otra cosa que honestidad, no me sirven para nada. Son apenas unas notas, unas ideas esbozadas, unos comentarios al margen de la idea principal, esa para la cual no necesito ni papeles ni indicaciones, ni comentarios a pie de página: que los andaluces sean hombres y mujeres libres e iguales y que juntos, con buena voluntad, consigan transitar la carretera empinada que conduce a la prosperidad individual, condición imprescindible de la colectiva.
Vengo aquí, tan sólo un hombre, al que llaman candidato por convención aceptada y cliché, a pedirle a esta cámara su confianza. El parlamento es el centro de nuestro sistema, el nervio de la democracia: todos y cada uno de los que aquí nos sentamos representamos a los ciudadanos que en el ejercicio de su libertad de conciencia decidieron otorgarnos su confianza. Apelo a esa confianza. Preciso de esa confianza.
No quiero gobernar ni a clientes, ni a súbditos, ni a plebeyos, ni a gente resignada: soy ambicioso, me propongo gobernar para hombres y mujeres adultas e intelectualmente maduros, es decir, a ciudadanos, orgullosos propietarios de la soberanía nacional, únicos dueños de su destino.
¿Les parece poco? Quizá, es posible. Sin embargo, a mí me parece que es prometer mucho.
Aspiro, hoy, aquí, a erigirme en el representante del Estado en Andalucía, y lo único que pienso prometer para ganarme sus voluntades, las de ustedes, señorías, meros intermediarios entre los ciudadanos y esa soberanía, meros ejecutores de la potestad legislativa de la comunidad, lo único que pienso prometer es que como representante del Estado en esta tierra mi objetivo será no entorpecer. No molestar al que lucha por una vida mejor. No incomodar, no perturbar, no coartar ni coaccionar la libertad económica de los ciudadanos, porque sin eso el hombre no es libre, es decir, no es ciudadano.
Y sin ciudadanos, ¿qué hacemos nosotros aquí, por más que nos hayan votado?
Los que aspiraban a un cargo público en la vieja república romana vestían de blanco: de blanco se presentaban ante los electores, de blanco les hablaban, porque el blanco simbolizaba la pureza de sus intenciones, la honestidad última que dirigiría sus actos, si tenían la bondad o el interés de depositar en ellos su confianza. De ahí viene la palabra misma de candidato. Hoy yo me dirijo a ustedes, señorías, vistiendo un pantalón blanco y una chaqueta azul, no por ser cándido ni querer aparentarlo, sino porque a la vista del desfile circense en el que algunos diputados han convertido este sagrado lugar, se hace necesaria una redención estética, y quién mejor que el humilde candidato que se acercaba a este estrado hoy reclamando vuestra confianza, para empezarla.
Calló. Durante un minuto, no obstante, nada se escuchó, como si la audiencia, los diputados de uno y otro partido, asistieran paralizados a un ejercicio de hechicería, o esperaran aun algo más, un último acto. Podía oírse la respiración de todo el mundo hasta que, de pronto, alguien, en la bancada del partido del candidato, prorrumpió en un sonoro grito, en un estruendo gigantesco que levantó de sus escaños a todos los compañeros del partido, en una algarabía inusitada, futbolera…
El candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía por el Partido Popular, Juan Manuel Moreno Bonilla, se despertó sobresaltado. Eran todavía las cinco de la mañana, pero miró el iphone que descansaba en la mesilla y decidió que era hora de levantarse. Se deslizó con cuidado por su lado de la cama, para no despertar a su mujer, y anduvo, aún confuso por la vividez del sueño que acababa de despertarlo, hasta el vestidor. Allí, descansando en una percha, colgaba el traje que iba a ponerse para la primera sesión del pleno de investidura, que comenzaría exactamente en cinco horas: chaqueta y pantalón azul navy, de corte clásico, mangas anchas -demasiado anchas, pensó, tanto que no se le veía ni la manga de la camisa, cosa que le irritaba, le hacía parecer un cateto, pero por no molestar a su mujer tampoco iba a andarle con ocurrencias de última hora, en fin, nadie se iba a fijar en eso, qué más daba- y camisa blanca con corbata verde, un verde pánfilo, incluso brillante. Fue a por el ipad, seguía encendido -estos niños, siempre igual, lo cogen y luego no son capaces siquiera de apagarlo, todo el día con sus jueguecitos- y buscó el borrador del discurso que sus chicas de comunicación le habían preparado para hoy y que todavía tenía que terminar de pulir. Por eso, entre otras cosas, se había levantado…
Señoras y señores diputados, andaluces, andaluzas, estoy encantado de presentarme aquí, como candidato de mi partido, el partido que más y mejor ha cuidado de los intereses de los andaluces y de las andaluzas en estos últimos años, me refiero al Partido Popular, estoy encantado como digo de presentarme ante ustedes en este Parlamento nuestro, orgullo de nuestra autonomía y hogar del consenso y del acuerdo, para pedirles su confianza y ser el primer presidente de la Historia de Andalucía, en esta hora cero de la Historia de la política de los andaluces y de las andaluzas…