La Iglesia y España, una idea.

Si algo enseña la Historia es que la Iglesia sólo es leal a sí misma, es decir a su supervivencia. Esta es una de las razones que explican su prodigiosa permanencia a través de los siglos, su resilicencia bimilenaria por usar un término moderno. Los españoles sólo deben y pueden contar con ellos mismos en la defensa de su Estado-nación. Esta es una idea que con los matices propios de la época y las modulaciones que se quiera manejaron quienes promovieron la expulsión, en tiempos de Carlos III, de los jesuitas, por ejemplo. La evidencia de que los españoles han de olvidarse de cualquier respaldo de tipo moral en la defensa liberal de su nación puede hallarse en el ejemplo de obispos y sacerdotes vascos durante lo peor del terrorismo etarra, paradigma refrescado recientemente por algunos otros párrocos y obispos catalanes. No sólo ahí sino que en la otra orilla también es posible encontrar anécdotas ilustrativas de esta idea, como algunos curas jerezanos que aconsejaron a jóvenes seminaristas, en la homilía del domingo 2 de diciembre, día de las últimas elecciones autonómicas en Andalucía, votar pensando en el Evangelio. La cosa parece clara y más clara que va a parecer andando en el tiempo, lo digo para quien no lo vea del todo, no se preocupen, estoy convencido de que me darán la razón. La confusión entre los intereses de la nación española y los de la Iglesia romana procede en gran medida de la idea errónea que produjo el nacionalcatolicismo, epítome del franquismo. Evidentemente durante la Guerra Civil la jerarquía eclesiástica española se alineó de forma mayoritaria contra quienes fusilaban curas, desenterraban monjas, saqueaban conventos, quemaban parroquias y cometían todo tipo de atropellos anticristianos. Una República que había iniciado el proceso de apartamiento de la Iglesia de la educación de los niños españoles, desamortizado algunas de sus propiedades, secularizado los cementerios y expulsado órdenes religiosas no podía contar, de todas formas, con el apoyo de Roma en caso de que llegase el momento crítico, como pudo en efecto comprobarse cuando ese momento llegó. El nacionalcatolicismo no obstante fue una colusión coyuntural de intereses, cuya fachada aparentó unidad hasta el final de la dictadura de Franco. Pervive el tic caricaturesco del facha de misa diaria pero ese es un trazo cómico que sólo sobrevive como autoparodia, algo absolutamente minoritario, por fortuna.

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