A menudo escuchamos a los comunistas, sobre todo a los que son jóvenes y (más) arrogantes (un comunista, me refiero a los teóricos, en Occidente sólo hay de esos, ahora me refiero, desde 1945 más o menos, doctorcitos de salón) proclamar resabiados que el comunismo no es un voto de pobreza sino el control público de los medios de producción. Bien. La última muerte sospechosa, de un opositor político del bolivarianismo venezolano quiero decir, el concejal caraqueño Fernando Albán, viene a confirmar la literalidad de ello: el comunismo, allí donde triunfa de manera más o menos completa, produce sin parar catástrofes humanas por doquier: comienza a desaparecer gente que da gusto, al personal le da por suicidarse a mansalva, las ejecuciones sumarísimas y extrajudiciales aumentan a ritmo fordiano y en general todas aquellas salvaguardas que se interponen entre el Estado y el individuo van cayendo una tras otra, sin parar, en la misma picadora de carne que se inventó Lenin entre noviembre de 1917 y el final de la Guerra Civil rusa.
Medios de producción
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