Susana Díaz, presidenta de la Junta, ha convocado nuevas elecciones autonómicas en Andalucía, para el 2 de diciembre. Asunto fascinante. Volverán a ser las elecciones más aburridas de la previsible y mediocre escena política española. Para el que no esté muy puesto bastará con decirle que el Partido Socialista Obrero Español, en Andalucía, podría presentar perfectamente a José Bretón como candidato a gobernar la autonomía y por supuesto ganaría las elecciones. ¿En qué cree un socialista andaluz? En vivir de lo público, naturalmente. Bueno, en realidad esta no es una cosa exclusiva de los socialistas andaluces, claro. También ese es el único ideal de peperos, podemitas, ciudadanos y de la gente de Izquierda Unida. Porque hay que saber una cosa, una cosa sencilla y fácil de aprender a poco que uno haya visto cómo funciona el tema y, créanme, tampoco es necesario fijarse tanto. Unas elecciones y, en general, todo lo que se mueve en la arena política, interesan sólo a quienes se juegan sus cuartos en ellas. Sus cuartos propios, quiero decir. Su futuro particular. Unas elecciones, si algo son en la democracia contemporánea, son pequeñas conmociones en el universo que conforma la suma de todos esos futuros particulares; que agitan las vidas de quienes viven de lo público o esperan vivir de ello, sea directamente o sea por vía conyugal: los de los apparatchiks, en primer lugar, por ser éstos los que, una vez consolidado todo régimen político de libertades, los que vertebran la masa crítica (qué ironía tan fina) de los partidos; los de quienes, desde una posición de privilegio, es decir, funcionarios y profesores universitarios, quieren satisfacer vanidad y deseo de poder acercándose a los cenáculos donde se reparte el mando y, finalmente, los dinosaurios que quizá una vez ocuparon algún puesto de cierta relevancia o siempre orbitaron en torno a éstos, dedicando toda su vida a la causa desde una juventud quizá tierna y ciertamente algo más ingenua en la que, habitando el magma en donde se cocían las estructuras partidistas hoy plenamente establecidas, contribuyeron al proceso picoteando sinecuras aquí y allá de los presupuestos generales del Estado. Y a funcionarios y pensionistas, claro: a esos dos grupos de población también les interesan mucho unas elecciones, no en vano todos los partidos construyen sus discursos en torno a la idea de persuadir a estos dos segmentos de la sociedad. Normalmente un político disfraza sus verdaderas pretensiones bajo una tonelada de cursilería dialéctica; eso en el mejor de los casos, o en los casos más interesantes desde el punto de vista del observador. Lo normal es la nadería, como se pueden imaginar: una retahíla absurda de clichés, lugares comunes que estén de moda, estupideces de género y farfolla insoportable ensartadas como en una brocheta y muy, muy quemadas. Incluso los políticos con vocación, hay que tener mucho cuidado con esa perífrasis, la vocación de servicio público a menudo suele decantarse en su forma literal con el paso del tiempo, incluso éstos, a los que puede adivinársele alguna idea propia y cierta voluntad de trabajo, siempre cuentan con un plan B. Es decir, que aspiran a tomar algún día algún atajo en el laberinto saltando a las listas al parlamento autonómico por sus provincias, o al Senado, o a donde se pueda. El político que no tiene plan B, esto me lo dice mi limitada experiencia tratándolos, suele ser uno que no vale para político. Es decir un cretino redondo, un cretino estilo Parménides (feliz hallazgo revertiano en Sabotaje) o un iluso al que terminan apuñalando hasta sus nietos. En resumen, volviendo al punto de partida: uno que no vale para la política. Si la política en sí misma es un negocio amoral donde triunfan los mejor preparados para traicionar, engañar, cabildear, murmurar, jugar a cuatro bandas, mentir impúdicamente y en una palabra, comportarse como un hijo de la gran puta de anuncio, la política andaluza es la corte de un rey persa. Todo consiste en que todos estén contentos. El PSOE ha logrado establecer una auténtica dictablanda, una superestructura parapolítica larvada durante décadas que se sustenta en la identificación total entre socialismo y andalucismo, entendido éste no como el viejo regionalismo casposo de Blas Infante sino como una identidad folclórica y pastosa, apoyada en un status quo que a todos beneficia: al PP, porque les dispensa de ese molesto deber de luchar contra una forma de vida que en el fondo, por supuesto, comparten, entienden y disfrutan (y porque, en el fondo, admiran lo que ha conseguido el socialismo andaluz, esa adscripción fáctica al conservadurismo más puro enmascarada perfectamente, merced a la habilidad socialista para la propaganda, en el izquierdismo idealista perfecto); a la nueva oposición, por llamarla de alguna manera, porque les permite jugar el papel mediático de los salvadores al tiempo que se acomodan estupendamente copando comisiones parlamentarias y asegurando gruesas pensiones de jubilación, y a la sociedad, en general. Que vive muy bien como vive y que no quiere vivir de otro modo.
Elecciones
0