Cómo se viene un régimen

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Leyendo a Pla en su Madrid, el advenimiento de la República, encuentro frases estupendas. Como su observación cuando se encuentra con un grupo de gente, el 14 de abril de 1931 por la mañana, mirando con cierto resabio la nueva bandera, la republicana, todavía demasiado poco vista. «En Barcelona, gracias al lerrouxismo, quizá tuviéramos una idea más clara del símbolo republicano. En Madrid, la cosa era más vaga. En una población de funcionarios, la bandera del sueldo es siempre la que cuenta con mayor aceptación». Pero nadie ha superado la descripción que hace del cambio de régimen, quiero decir físico, material:

«Vuelvo a la puerta del Sol. La circulación por el centro de Madrid transcurre con total libertad. En las llamadas bocacalles hay parejas de la Guardia Civil a caballo. Las parejas están mano sobre mano y los caballos permanecen en la más absoluta inmovilidad. Constato la llegada al centro de la ciudad de oleadas y más oleadas populares provenientes de los suburbios. En todas las calles que convergen hacia el centro de Madrid, el número de banderas republicanas va en aumento. ¿Estaban tal vez escondidas? ¿Las hicieron tal vez en un santiamén? Un grupo arrastra un busto de yeso de Primo de Rivera, con una cuerda atada al cuello. El yeso aguanta poco y la cara está deformada. El entusiasmo, pese a la relativa discreción producida por la soprresa del acontecimiento, no cesa de crecer, sube por momentos. Se empiezan a oír las primeras notas de La Marsellesa. Después, constato que un grupo de ciudadanos comienza a entonar el Himno de Riego. El pueblo ignora ambas canciones. Cantan mal. Da igual. Ya lo harán mejor más adelante. Entre los obreros de la construcción el himno más conocido es la Internacional, aprendida en la Casa del Pueblo. La severidad de este himno se transforma en Madrid en una cosa atenorada, con algún que otro gallo. Sin embargo, todas estas composiciones impresionantes son abandonadas rápidamente. A las musiquillas de moda, que la gente sabe bordar sin ningún género de dudas, se les pone espontáneamente una letra adecuada a los acontecimientos. Así, oigo canciones cáusticas sobre el Rey, la Reina y el general Berenguer. Chiquilladas que no alcanzan nunca la vulgaridad. Todos los que miro siguen con cara de monárquicos. En esto, aparece una profusión de retratos de Galán y García Hernández. Los gritos de viva y de abajo son innumerables. Todo coge un aire de verbena triunfante, un aire de alborozo franco y desenfrenado -sólo que es una verbena política-. La gente se abraza, grita, suda, canta. Un ciudadano cualquiera, pacífico y retirado, su señora o su hija, pueden echarse a los brazos de otra persona completamente desconocida y extraña. Como en todos los espectáculos de masas, las posaderas del sexo femenino pueden ser más o menos tactilizadas por personas que nada tienen de republicanas. Pasan sobre la multitud ráfagas de entusiasmo cívico que determinan movimientos de enternecimiento humano. ¡Un día es un día! Después, Dios dirá… oigo decir a algunas mamás. En ésas, personas desconocidas y de vaga procedencia asaltan los taxis y camiones que han tenido la desgracia de hallarse en el centro de Madrid a estas horas de amontonamiento humano, y emprenden un carrusel endiablado por las calles que durará hasta mañana a la misma hora. El ruido producido por los motores de explosión de esta procesión altera un poco la sangre de los caballos de las parejas de la Guardia Civil situadas en las bocacalles. Los caballos se impacientan y se agitan. Se produce un momento de expectación. Un momento, tan sólo. Los guardias dominan a sus caballos y siguen indiferentes en las esquinas, mano sobre mano».

Como el 14 de abril ha perdido todo su sentido republicano y nacional y se ha convertido en una efeméride filobolchevique, nadie leerá hoy a Pla salvo yo y los tres o cuatro que pinchen en este enlace. Sin embargo, su prosa áspera, tras la que se puede escuchar su risita resabiada de catalán sátiro, listo y preclaro, es el contrapunto perfecto a la hiperglucemia lírica que ha tomado por asalto la remembranza de este día. No obstante, es lo que tiene la narrativa de la derrota. Por ahora, a los nietos intelectuales de los que destruyeron la II República sólo les queda eso. Propongo recuperar la palabra jabalí para motejarlos apropiadamente. Hay una imagen estupenda en la primera parte de Madrid, de corte a checa, en la que unos los jesuitas, expulsados de su colegio madrileño y de toda España mediante decreto gubernamental, le ponen una vela a un cristo para que la venganza de Dios cayese pronto sobre esos jabalíes. Pla describe uno de ellos en el librito transcribiendo literalmente las palabras del hombre, un tal Pérez Madrigal:

«Me gusta la política. En Ciudad Real no he hecho más que hablar de política toda la vida. Ahora soy diputado, y para hacer lo que he hecho siempre me dan mil pesetas. ¡Qué sueño, qué delicia!»

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