Acabando el otro día Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, de Jaroslav Hasek, salté sobre un pasaje muy curioso. Me llamó mucho la atención. Hablaba Schwejk, el protagonista, un Sancho Panza checo estupendo del ejército austrohúngaro en la Primera Guerra Mundial, empieza a hablar sobre lo que cambian las palabras con el tiempo.
«La palabra follonero se empleaba desde antiguo con gran amor en el ejército y tan noble denominación se refería principalmente a los coroneles, capitanes y mayores, y era algo más fuerte que la expresión de uso corriente: anciano imbécil. Sin este epíteto la palabra anciano era el amable calificativo para un viejo coronel o mayor que gritaba mucho, pero que quería a sus soldados y los protegía frente a los demás regimientos, especialmente cuando se trataba de patrullas extranjeras que sacaban de los tenduchos a sus soldados cuando no tenían horas extraordinarias. Pero cuando el anciano vejaba a sus soldados y a los grados sin motivo alguno e ideaba ejercicios nocturnos y otras cosas por el estilo entonces era un anciano imbécil. El anciano imbécil en sumo grado de bajeza y estupidez se transformaba en un follonero. Esta palabra lo quería decir todo. La diferencia entre un follonero civil y un follonero militar era muy grande. El primero, el follonero civil, también es un superior y sus servidores y empleados subalternos lo llaman generalmente así. Es un burócrata pedante que, por ejemplo, censura que no se haya secado una minuta con papel secante y cosas de éstas; es un ser completamente estúpido y animal de la sociedad humana, pues estos asnos presumen de hombres honrados, quieren entenderlo todo, saben explicarlo todo y se sienten ofendidos por todo. Quien ha estado en el ejército comprende la diferencia entre este personaje y el follonero uniformado. Aquí, esta palabra representa a un anciano miserable, verdaderamente miserable, que arremete contra todo sin piedad, pero que se detiene ante todos los obstáculos; no quiere a los soldados y lucha en vano contra ellos, no sabe ganarse la autoridad de que disfrutan el anciano y el anciano imbécil.»
Hoy, en España, follonero ha completado su viaje semántico: define a los próceres del periodismo, a los faros intelectuales de la sociedad, a los patrones de la agenda setting.