Del nuevo feminismo que ya es absolutamente dominante de la palestra pública he observado algunas cosas que me han parecido curiosas, llamado mi atención:
la primera es su carácter corporativo. Esto entra dentro de la lógica de este tipo de movimientos ideológicos. Sirve de edredón moral y e intelectual a sus integrantes haciéndolas partícipes de algo más grande que ellas mismas, algo realmente trascendente. En ese sentido funciona como una verdadera tribu. Da un sentido de pertenencia a personas habitualmente poco o nada implicadas en cualquier aspecto del debate público y agrupa en su seno, diluyendo la personalidad individual, a gente genuinamente entregada a la causa tanto como a oportunistas, ventajistas y activistas profesionales. Su transformación en identidad colectiva masiva ha sido meteórica e incontestable en el último año,
la segunda es su beligerancia. Resulta asombroso constatar cómo se han apoderado por la fuerza del número de todo el ancho de banda del mensaje institucional y del espíritu de la opinión pública. Es un movimiento auténticamente mainstream que ha atravesado todas las filiaciones políticas y todas las familias ideológicas que existen en España, con una agresividad retórica fascinante. A ninguna otra ideología se le tolera en el momento presente un lenguaje y unas maneras puramente bélicos y un proselitismo tan redundante y obsesivo que llega a la completa aniquilación de la crítica,
la tercera observación es esencialmente esa: no tiene oposición posible. Es decir, se han encargado de jibarizar a todos sus posibles críticos. De tal manera que la mera matización de algún aspecto de este movimiento es considerada una enmienda a la totalidad. La discrepancia es imposible y nos han encasquetado a todos el mensaje sin cortar y sin aristas, como un bloque de hormigón impenetrable. En estos días he llegado a leer en Tuiter a gente, hombres y mujeres, que le negaban a otras mujeres su misma condición de mujer por ofrecer una visión discrepante de lo femenino y de la femineidad basada en la experiencia personal. Es como si una mujer sólo pudiese ser feminista si es de izquierdas. ¡Si sólo pudiese ser mujer! Si una mujer se declara abiertamente de derechas o tiene la ocurrencia de criticar el nuevo feminismo es puesta de cómplice para arriba. El ejemplo es lo que tuiteó el otro día Julia Otero, citando a Beauvoir, esa estalinista. Cómplices, se entiende, del abuso de poder, de los maltratos y de la sumisión de las mujeres. Cómplices criminales y abejas reinas, otro de los conejos que se han sacado esta gente de la chistera en Tuiter para denigrar a las que han alcanzado una sólida posición en sus campos profesionales y no transigen con el nuevo concepto de lo femenino. Decirle a una mujer que en realidad ella es un hombre porque actúa y piensa según él entiende que actúa y piensa el Hombre Malo Común es una barbaridad y lo he leído. Es negar el hecho biológico mismo. En realidad es la condena de toda individualidad en el razonamiento, ponerle el ostrakón al que se le ocurra discurrir por su cuenta. Es decir, un disparate. Una cosa en verdad obscena que entronca con la tradicional deshumanización del contrario en las ideologías totalitarias,
la cuarta es la pureza original que exigen a sus militantes. Porque en el nuevo feminismo se milita. Esto es curioso y revelador porque es un movimiento que exige una movilización permanente, al estilo del catalanismo o en la tradición de la izquierda antisistema. De hecho, la estética es semejante. Mucho color negro, mucha ropa informal, mucho chándal y botas de cuero o poliéster oscuro; mucha media negra también, disfraces góticos, melenas teñidas de morado o de granate y flequillos a lo Anna Gabriel con la inevitable sien rapada al uno. Es como si la militancia se llevase al grado extremo del cuerpo, se hiciese física. Recuerda al punk y a las corrientes tribales urbanas de los 80 y 90. Al abertzalismo, claro. Cantan y bailan canciones groseras y con un puntito de zafiedad que las confunde con coplillas de carnaval, aunque esto en Andalucía parece inevitable. Volviendo a la pureza de sangre tan necrolegendaria, como es un movimiento netamente maniqueo -es decir, o te adscribes o te pones en frente, no admite matices- hay que demostrar no tener antecedentes de libre albedrío o la menor duda ontológica sobre el asunto. La Mujer, entendida como todas las hembras (humanas) de la tierra, es tomada como unidad colectiva de destino. Creo que esta es una injerencia luterana lamentable en el pensamiento español, pero, estrictamente hablando, ¡es tan poco español todo esto!
La quinta cuestión que he apreciado someramente es el lenguaje, parejo a la estética, tan paramilitar de este movimiento. Es, como dije antes, agresivo y exigente, tan bélico que un malpensado podría relacionarlo con el versal de los primeros fascistas. Esas apelaciones constantes a la fuerza del grupo, al poder comunal, esas vinculaciones esotéricas de la hembra con la tierra y con la naturaleza, con el estado primigenio de las cosas, pretecnológico, recuerda las veleidades adánicas de ese fascismo pleno de vigor naturalista y de pureza primitiva. Menos mal que este blog lo leen cuatro gatos,
la sexta es la tremenda y caótica variedad de temas, causas y vindicaciones que componen el magma ideológico de fondo de este nuevo feminismo que algunos han dado en llamar ultrafeminismo y que, tomando en consideración la definición que el DRAE da del prefijo ultra, es muy acertada en ambas acepciones: 1. elem. compos. Significa más allá de, al otro lado de. Por ejemplo ultramar, ultrapuertos. 2. elem. compos. Significa en grado extremo. Por ejemplo ultraligero, ultrasensible. Estaba en la puerta del ayuntamiento de mi pueblo apoyado en la pared mientras esperaba a que escampase para poder volver andando a mi casa cuando una de entre las mujeres que se manifestaban allí delante en apoyo de la huelga feminista comenzó a leer el manifiesto de la convocatoria.
Me quedé a escucharlo con interés. La manifestación la componían un puñado de mujeres, casi todas jóvenes, muy jóvenes, entre 15 y 20 o 22 años, algunas de más de 40, muy pocas de más edad, entre todas unas 30 mujeres; llovía y se arracimaban en el centro de la plaza bajo los paraguas y los chubasqueros y valiéndose de un megáfono dieron lectura al texto, que resultó ser un engrudo inclasificable. Literalmente. La mezcla conceptual y la confusión eran sonrojantes. Se citó la II República, naturalmente. La lectora reclamó vehementemente hasta cobrar la pensión que se merecía (sic) y me pareció que la muchacha no pasaba de los 20 aunque tengo alguna miopía y mi vista suele jugarme malas pasadas. Habló del patriarcado y del capitalismo como elementos que convergían diabólicamente en un empeño sistemático por destruir los derechos civiles de las mujeres; acusó a alguien (siempre hay un ente impersonal estupendo al que echarle la culpa de los más graves crímenes) de reprimir violentamente a las mujeres y yo me quedé con las ganas de levantar la mano y preguntarles concretamente a qué o a quién se refería; mencionó a la industria del armamento y a las guerras como instrumentos de opresión del hombre contra la mujer; mentó como objetivos de la lucha feminista la soberanía alimentaria (que debe ser como la autarquía franquista del final de la guerra pero en moderno) y frenar el cambio climático así como evitar que el neoliberalismo salvaje y el capitalismo destruyan el mundo, y no sé cuántas cosas más de esta clase mezcló alegremente la chica.
No cabe duda, leyendo las reivindicaciones generales de los promotores de esta huelga, que el ultrafeminismo -me ha gustado el término- parece otra de esas banderas militantes de la izquierda contemporánea, la surgida tras la caída del Muro de Berlín y el fin del delirio soviético. El modus operandi es el mismo de siempre: se vacía de contenido una causa con una tradición noble y aglutinante y se rellena con la paja pseudointelectual de todos conocida. Es decir, se convierte en un ariete ideológico de la democracia liberal con gran capacidad de infiltración en todas las capas de la sociedad. Arrastradas por el miedo a la demonización pública las fuerzas políticas contrarias a postulados como el anticapitalismo se suman a estas manifestaciones públicas con el ánimo del converso, todo contrito y todo ansias de expurgar el pecado de herejía. El futuro será feminista, ponía en uno de los carteles que portaban las chicas de mi pueblo. Lo he visto repetido en fotografías de otras ciudades. Puede ser, puede ser: lo que no va a ser seguro el futuro es anticapitalista. Esto lo ha demostrado la Historia aunque tanto la Historia como los hechos, lo empírico, y la biología, no tengan ningún valor para estas ultrafeministas. No deberían olvidar nunca que fuera de la democracia burguesa, liberal y capitalista, a la mujer sólo le espera la servidumbre y la esclavitud.
Como todo está en las palabras, hay que fijarse bien en ellas: abundaban racializado y migrante, dos invenciones que nadie sabe muy bien de dónde han salido y que incumplen la regla sagrada de lo consuetudinario en la formación de las palabras. Por ello, por ese olor a laboratorio que sueltan, uno sabe -antes de conocerlo- que todo esto es muy forzado, puro artificio. No obstante, rentable. No hay más que ver la portada de ABC del 8 de marzo. Lo han conseguido con notable éxito.