Manuel Sánchez Vázquez es un humorista nacido en Dos Hermanas, Sevilla, cuyo nombre de cartel a veces es Manu y otras veces es Manu Sánchez, aunque yo recuerdo también otro, de sus inicios, cuando se hacía llamar sencillamente El Manu, que suena más campechano. Tiene una cuenta de Twitter en la que se define como «Payaso juntaletras, productor, columnista en SER, chilango y #SurnormalProfundo», con hastag. Lo de Twitter es importante porque me sirve para introducir este breve comentario, pues fue en esa plataforma en la que escribió lo que ilustra esta entrada. Este tuit es verdaderamente útil puesto que resulta el epítome perfecto del personaje. Por lo visto se ha estrenado una serie, producida por Movistar, ambientada en la Sevilla del siglo XVII. Se llama La Peste. No la he visto, así que no me referiré a ella aunque tenga referencias estupendas de sus creadores. El caso es que ha debido de producirse alguna clase de espuria polémica, de estas que gustan tanto a la gente y con las que se entretiene mucho, relativa a la forma de hablar de sus personajes. Nada más barato y rentable en España que una trifulca localista, que una provincianada. El asunto es el siguiente: este hombre, Manu Sánchez, el cómico, ha hecho toda una carrera distinguiéndose en lo suyo por exagerar hasta la caricatura unos supuestos rasgos diferenciales andaluces entre los cuales está el ceceo desmesurado, forzado e irritante, y una obsesiva retórica andalucista articulada en algo que roza el discurso del resentimiento, rasgo clásico de muchos movimientos radicalmente identitarios en auge hoy como el neofeminismo, el supremacismo blanco o el nacionalpopulismo.
Hay que analizar el tuit porque ya digo que es el mejor botón de muestra del universo simbólico en el que se mueve el humor del personaje: A los Iluminati que se quejan por supuesto mal escrito (adrede; este hombre ha hecho fortuna recreándose en la dificultad, supuesta, del andaluz común para pronunciar o entender conceptos y palabras procedentes de lenguas extranjeras, en un inteligente mecanismo trampero que presupone que siempre habrá quien ante la manifiesta imposibilidad de hacer algo, el individuo despreciará ese algo) en referencia difusa a alguien que él presume que su público conoce, naturalmente vaga y de una ambigüedad hecha a propósito (señalar a alguien directamente con el dedo siempre es desagradable y puede buscarle a uno problemas de cualquier tipo). ¿A quién se refiere con los «Ilumnati»? ¿A Rajoy? ¿A Florentino Pérez? ¿A Franco? ¿A Trump? Estaría bien saberlo con más detalle,
de que se hable sevillano en la Sevilla de #LaPeste me descubro ante el requiebro que busca el aplauso fácil de su principal cliente, el público de Sevilla: le doy carácter propio y status a la singular manera de hablar castellano de (cierta) parte de los habitantes de Sevilla y verás tú lo bien que voy a quedar (Manu nunca destacó por ir a la contra de su entorno),
recordarles que a la Juani, Gazpacho, Tico y todas las veces que el centralismo nos humilló sí los entendían sin problemas. Aquí carga la mano, sabedor de que lleva la carta ganadora. La alusión al «centralismo» es un eufemismo: en realidad quiere decir «Madrid». En ninguna otra ciudad de España he escuchado tantas veces la palabra «capitalino» como en Sevilla, y tampoco en otra, pronunciada con tanto asco, siempre por un perfil recurrente de individuos que a menudo parecían sufrir complejos identitarios muy agudos basados en un imaginario de ofensas y desprecios inventados contra el que se revolvían tirando de una guasa victimista que, esto sí, es verdaderamente particular y propia de Sevilla y sus alrededores. Habría que preguntarle a Manu Sánchez si su dedo acusador no debería dirigirse a los productores y creadores de esas series de televisión o largometrajes que daban en contar con personajes-cliché que reducían «lo andaluz» a una fámula malhablada; también resultaría interesante descubrir qué es lo que este personaje entiende por centralismo, contando con que la España de hoy es la nación más descentralizada de Occidente. Ese «nos humilló» es maravilloso porque es la típica presunción colectiva que hacen todos los nacionalismos: por supuesto, Manu Sánchez es humorista, no inventor. ¿A quién humilló el centralismo? Vaya usted a saber, diría yo si fuese más cándido. Por desgracia la vida me ha puesto por delante a individuos muy inteligentes y versados en el oficio de vivir, con mundo a cuestas, que se sienten ofendidos por abstracciones ridículas como ésta. El ser humano es una criatura de símbolos, y quien regula el grifo de los símbolos tiene mucho ganado. Políticamente hablando, se entiende.
La revolución ha llegado. El Sur se está levantando. Andalucía está aquí. Las tres últimas palabras del tuit, confieso, me recordaron un cartel propagandístico del bando nacional durante la Guerra Civil que rezaba: Ha llegado España. El truco narrativo es idéntico. Por supuesto, la engañifa es la misma que la que usan los catalanistas cuando hablan de «un sol poble» catalán: «Andalucía está aquí», como si Andalucía fuese un cuerpo orgánico que tuviese conciencia de sí misma y no la sencilla delimitación geográfica donde viven 9 millones de individuos, cada uno de su madre y de su padre. Pero esto es entrar en disquisiciones que a poca gente interesa en Andalucía y en España, y menos a este hombre. Este hombre, Manu, es productor, según cuenta en su bio de Twitter. Su productora se llama 16 Escalones. En su home se definen así: «16 Escalones Producciones comienza su andadura como fábrica de guiones para programas de televisión como ‘De la mano de Manu’ o ‘Colgados con Manu’. A raíz de ahí, la productora se lanza a la creación y producción de varios programas de éxito emitidos en Canal Sur TV. Formatos como ‘Andaluces levantaos’ o ‘La Semana Más Larga’ son producto del equipo de guionistas, productores, gráficos y editores de 16 Escalones; un grupo con más de diez años generando contenidos, con humor o sin él, para televisión, publicidad y teatro.» Reluce, más que el sol, el quid de la cuestión.
Manu Sánchez salió a la palestra pública y se ha hecho un nombre en el show business español en el invernadero público de la Junta de Andalucía. Es decir, en Canal Sur. Ha desarrollado toda su carrera bajo ese paraguas, que en Andalucía, es de orden admitirlo, abriga mucho. Hacer algo a espaldas de la Junta, en general, da mucho frío. En realidad, Manu es el ejemplo perfecto de lo que la Andalucía oficial produce desde los años 80: uno que va de moderno, usa gafas de pasta, se peina como los chavales de ahora, combina americanas oscuras con camisas horteras o, como los catalanes, camiseta, y replica en clave de humor pop los códigos sustanciales del andalucismo cultural e identitario con el cual, en gran medida, el Partido Socialista ha conseguido perpetuarse en el poder de la autonomía andaluza por cuatro décadas. Y las que quedan. La referencia a lo catalán no es baladí. Manu Sánchez es una copia de cualquier hijo contemporáneo de la TV3: si hubiera nacido allí estaría haciendo gags para TV3 o redactando sketchs en Mongolia.
Si el Estado de las Autonomías configuró la situación ideal para la proliferación de aparatos oligárquicos de poder en todas las capitales de provincia de la nación, cada una de las cortes taifales se ha servido del generoso caudal presupuestario para alimentar su propio séquito de apparatchiks culturales e intelectuales. Los casos catalán y vasco son extremos, puro manierismo de un sistema corrupto por naturaleza. Pero en Andalucía se ha perfeccionado de modo que se ha logrado extraer de una región vastísima con una tradición histórica heterogénea y dividida en al menos tres ejes socioculturales y políticos (la Baja Andalucía de Cádiz, Sevilla y Huelva; la Costa del Sol y Granada, y Almería) una identidad cultural de artificio sublimando los rasgos del folk convenientes y más rentables, con mayor proyección interior en el resto de España.
Manu Sánchez es un producto acabadísimo de todo esto. Sus gags abusan de la chabacanería, del coloquialismo explícito hasta el paroxismo: no deja nada a la imaginación de su público, probablemente porque su público no está muy interesado en que se lo deje. Hiperlocalista, este personaje es la reencarnación del jingoísmo, el «patrioterismo exaltado que propugna la agresión contra otras naciones» (así lo define el DRAE) tan de moda hace cien años, durante la Gran Guerra. Manu es un jingoísta light: sus imágenes son muy reconocibles puesto que se articulan en torno a lugares comunes que cualquier habitante de la Baja Andalucía conoce desde la cuna. Sin embargo, constatando uno de los milagros contemporáneos, desde que es «columnista en la SER» y colabora con los 40 Principales se postula, a imitación de otros cómicos nacionales como Dani Mateo, como tribuno político. No le culpo por sus ambiciones: ¡si el Follonero ha llegado al nirvana del periodismo español! ¿Por qué no cualquiera como él? Una vez, hace unos años, le dieron un programa en La Sexta, pero se ve que el resto de España no le pilló el tono y hubo que cancelarlo por las pésimas audiencias. Estoy convencido de que tendrá otra oportunidad. Los apparatchiks culturales siempre la tienen.
Ha construido su sello personal en torno a la flatus vocis El Sur, una ficción cuyo éxito entre los cuadros universitarios andaluces salidos de la clase media y formados en la educación pública hasta el postgraduado es abrumador y paradigmático. Me acuerdo de una vez, estando en la Facultad, que Cruzcampo sacó un anuncio navideño en donde exaltaba las míticas cualidades sociológicas «del Sur»: en mi grupo de amigos todos iban a salir llorando, pero no de risa. Bajo esta suerte de capa ideológica burda, debajo de este sureñismo de apóstrofe y victimismo vengativo, cool, late un complejo de inferioridad con respecto a los nacionalismos catalán y vasco que traduce el agravio comparativo en otro nacionalismo de baja intensidad (siempre amarrado al interés coyuntural de la nodriza socialista de la Junta, no hay que olvidarlo) y que explota el malestar por el moderno subdesarrollo industrial y financiero de Andalucía transformándolo en demagogia populista. Cosas veredes, se ha encontrado en el mundo de 2018 con una pradera verdísima en donde pastar a sus anchas. Manu Sánchez no es como los dibujantes de Charlie Hebdo a los que asesinó el yihadismo por reírse de ellos: él sabe muy bien con qué hacer un chiste y a quién arrimarse.
Aconsejo leer con interés la pestaña «Proyectos» de la web de su productora.