Suele ocurrir que el pasado más o menos lejano se nos proyecta como una idealización, sobre todo si contrasta con un presente farragoso y gris o se le opone un precedente inmediato grotesco. Lo observo cada vez que se menciona, en público o en privado, a José María Aznar. El presidente de los felices años 2000, de la España que nadaba en oro (hasta que luego se descubriera que era del que cagó el moro) es la viva imagen de este ideal, pura saudade de un pasado mejor. A lo largo de esta crisis catalana Aznar se ha pronunciado un par de veces, siempre hostil con el Gobierno, concretando sus críticas en Rajoy, a la sazón su delfín, elegido por él mismo en 2003 iluminado, cabe suponer, por la Gracia. Fue una escenificación cortesana más propia del Politburó de Stalin que de una democracia contemporánea, pero de aquello ya no se acuerda nadie.
José María Aznar encarna, por tanto, el tipo de gobernante duro al que se le opone el regidor blando, el hombre blandengue del que hablaba el Fary en uno de sus míticos vídeos cuyo éxito reedita de tiempo en tiempo Youtube. Aznar, el condotiero, el líder campeador, el azote de los nacionalismos, frente a Rajoy el pusilánime, el ejemplo perfecto del soft-power socialdemócrata, visir de la componenda y maestro en el arte de dejar que las cosas se pudran por sí solas. Es decir, prueba viviente de la jefatura pasiva tan de moda ahora, no como el otro, caudillo nato de la política activa que prefería anticiparse a los acontecimientos y doblegarlos a voluntad, en lugar de esperar a ver cómo rompe la ola. Etcétera.
Esa es la imagen que el tiempo ha ido modulando. El tiempo y los acontecimientos. Rajoy llegó al poder tras perder dos elecciones consecutivas ante un adversario considerado comúnmente hoy día como nefasto y nefando; inició su reinado en mitad de la crisis global más turbia de la España moderna. Vamos, que le tocó el Egipto de las siete plagas. Poca gente se acuerda de que el Médici castellano alcanzó La Moncloa pactando la «gobernabilidad» (genial eufemismo con el que enmascarar el poco limpio y menos honesto trato entre boyeros) con el muy honorable sátrapa del catalanismo, Pujol: esta noticia de El País da cuenta de la factura. Hay maravillosas perlas:
«Fuentes nacionalistas estiman en aproximadamente 400.000 millones el montante que recibirá en los próximos cuatro años Cataluña gracias al acuerdo. El último escollo de la negociación fue la transferencia a la Generalitat de las competencias en Tráfico. Pese al hermetismo de los negociadores, trascendió anoche que también en esto había habido acuerdo. Al parecer, la Generalitat asumirá esta competencia, que ejercerá inicialmente a través de la Guardia Civil de carretera hasta que, de forma gradual, asuman esa función los Mossos d’Esquadra».
O: «El aspecto más destacado del acuerdo es el establecimiento de un nuevo sistema de financiación autonómica que supone una profundización en la responsabilidad fiscal de las comunidades. El PP ha aceptado elevar del 15% al 30% la cesión del impuesto sobre la renta (IRPF). En una primera etapa se dividirá en un 15% sobre la cuota y un 15% sobre la tarifa. Posteriormente será un 30% sobre la tarifa. Las autonomías participarán en la Agencia Tributaria y tendrán capacidad normativa sobre los impuestos cedidos y compartidos. Lo más relevante es que la cesión del 30% se hace sin limitación alguna. Por tanto, desaparecen los topes (actualmente del 2%) que limitaban las ganancias procedentes de un mayor esfuerzo fiscal derivado de un incremento de la recaudación sobre las previsiones teóricas. Este aspecto es, sin duda, el que ha producido mayor satisfacción a los nacionalistas ya que, según sus cálculos, permitirá incrementar sensiblemente esta fuente de ingresos».
El padre y patrón del catalanismo que tenemos hoy, a tiempo real, golpeando con sus trolls y sus orcos las murallas de la patria mía, el hombre investigado en tres causas judiciales separadas, dos en la Audiencia Nacional y una en el Juzgado de Instrucción número 8 de Barcelona, por diversos delitos fiscales, también consiguió más cosas del hombre duro de Madrid: «Los gobernadores civiles desaparecerán y serán sustituidos por subdelegados provinciales. Serán funcionarios sin rango político, nombrados por los delegados del Gobierno en las comunidades. Sus recursos económicos y materiales se adecuarán a su condición de meros funcionarios. Esta desaparición era una de las reivindicaciones históricas del catalanismo político.Las políticas de promoción de empleo del Inem serán traspasadas a la Generalitat, pero no la gestión de las prestaciones económicas a los desempleados. Los puertos, pero no los aeropuertos, serán transferidos a las autonomías. En el caso de Cataluña, esto afecta a los puertos de Barcelona y Tarragona y al Consorcio de la Zona Franca. También se acepta el traspaso del Instituto Social de la Marina».
Una de las más graciosas observaciones que pueden hacerse leyendo la noticia es que, mientras en el primer párrafo el periodista anuncia la predisposición del negociador enviado por Aznar a Barcelona, Rodrigo Rato, a comentar con los periodistas las particularidades del acuerdo, «estas buenas intenciones las cortadas en seco los nacionalistas, que no quieren que se conozcan los detalles antes de los consejos nacionales». No obstante, el siguiente párrafo, más abajo, comienza con un revelador «Fuentes nacionalistas». ¡Cuánto que aprender del catalanismo en tan sólo cinco líneas!
Es conocido el antiguo adagio asirio encontrado en la pared de un zigurat: ¡estos jóvenes de ahora no valen para nada! ¡Van a destrozarlo todo, acabar con el mundo! El implacable devenir de la Historia se refleja a veces, en el imaginario popular, con formas reconocibles que se van repitiendo una y otra vez como buenos patrones de comportamiento, y pensamiento, humanos. La idealización del pasado en mitad de las atribulaciones del presente es uno de los más evidentes.
Más allá de la reflexión, que comparto, me quedo con el adagio asirio del final, el cual desconocía. El ser humano es fascinante, ¡parecemos incapaces de ser originales!