72 horas de la nueva república

A lo largo de este fin de semana me he acordado mucho de un texto que leí hace tiempo de Manuel Chaves Nogales. A este hombre, no en vano, hay que acudir siempre como el que va a una sibila. La pieza era un reportaje publicado en el Ahora de Madrid en enero de 1933. Chaves volvió a Sevilla para cubrir la huelga general revolucionaria convocada por la CNT. La idea de todos estos paros masivos convocados por el anarcosindicalismo era destruir el sistema republicano, por burgués. Cuenta Chaves que la noche del 10 de enero, en La Rinconada, se proclamó la nueva situación al grito de «¡Ha triunfado en España el comunismo libertario!» El periodista, que recabó testimonios en el mismo pueblo, consignó que «aún no era de día cuando los grupos de sindicalistas y anarquistas se decidieron a actuar. Lo primero era armarse», dice, y cuenta que iban casa por casa a donde sabían que vivían vecinos con armas y les conminaban a entregárselas, unirse a ellos o afrontar las consecuencias. «Ciudadano, ha triunfado el comunismo libertario; mandamos nosotros».

El viernes pasado por la tarde el Parlamento de Cataluña, de forma fraudulenta, declaró la independencia de la región. Se cantó Els Segadors, se mentó a la civilización cristiana, se bebió mucho en la Plaza de San Jaime, según contaban los reporteros por la radio que estaban allí, y hubo ciudadanos que rompieron su DNI publicando en redes su hazaña y otros que denunciaban, con copia a la ONU, que helicópteros de la Guardia Civil sobrevolaban Barcelona sin el permiso de la recién nacida república. No pude dejar de buscar este reportaje en mi pequeña biblioteca chavesnogaliana. Seguía contando Chaves sobre los nuevos repúblicos de La Rinconada: «En una calleja que da al campo los nuevos gobernantes, que ya iban armados de escopetas de caza, hachas, palos y lanzas, se tropezaron con un guarda jurado del Ayuntamiento, que, con el sombrero ancho calado hasta las cejas y la culata de la tercerola bien afirmada sobre el cuero de la banderola, se negaba a servir al Poder nuevo. Treinta y ocho cartuchos tengo y estoy dispuesto a aprovecharlos. No entrego el arma. Hubo capitulación. El guarda jugrado pudo irse a su casa. Si no se rendía al comunismo libertario, él se lo perdería».

El sábado al mediodía Carles Puigdemont, el hombre que ha disfrutado durante un largo fin de semana de una naturaleza dual más propia del dios Jano que de un mediocre politicastro español (ha sido ex-Presidente de la Generalidad y Jefe de Estado de la nueva república, al mismo tiempo, durante 72 horas) disfrutaba de un magnífico vino, supongo que de la tierra, en la ciudad de la que fue alcalde, Gerona. A la vista de todo el mundo. En paralelo, las televisiones nacionales emitían su primer discurso (grabado) tras el Consejo de Ministros extraordinarios mediante el cual Mariano Rajoy lo desposeía de sus atribuciones públicas y disolvía el Parlamento regional. Los anarcosindicalistas de La Rinconada a los que siguió Chaves Nogales hicieron presos al alcalde y a sus concejales sin derramamiento de sangre, «pero en el camino surgió el primer conflicto entre la teoría y la práctica revolucionaria. Sindicalistas y anarquistas se enredaron, en la vía pública y a presencia del pueblo soberano, en una enrevesada disputa sobre la táctica de sus partidos. ¿Podrían los comunistas libertarios convertirse en carceleras y guardianes? Para que haya presos es preciso que existan carceleros, y aquellos concejales del ominoso régimen burgués tenían que ser cautivos e inutilizados. Alguien propuso matarles; pero ello pareció excesivo. ¿Qué hacer?»

Al parecer, la bandera de España continúa ondeando en lo alto del Palacio de la Generalidad de Barcelona, al lado de la muy constitucional señera. Ha seguido ahí durante todo el fin de semana. De vez en cuando me asomaba a la tele de la cocina (el 24Horas lleva puesto en mi casa, de forma ininterrumpida, desde primeros de septiembre. Ya es uno más de la familia) y veía una cámara enfocada únicamente sobre la bandera, en espera, imagino, de que alguno de los nuevos repúblicos se izase sobre el balcón y la arriase. Como buen patriota. Pero si algo no ha tenido este asunto de la declaración de la independencia de Cataluña, aparte de vergüenza, ha sido épica. Grandeza, vamos. Dice Chaves que los anarcosindicalistas de La Rinconada sí que arriaron la tricolor republicana en 1933, «irrumpiendo en las Casas Consistoriales e izando valientemente en el tejado la negra y roja enseña». Luego observó el periodista un fenómeno muy parecido al que nos han dejado intuir las imágenes que cumplidamente nos llegaban a través de la tele y Twitter de los indepes más entusiastas que se expansionaban en las calles (es gente que vive de manera perenne en la calle; ocuparla tiene para ellos un sentido de patrimonialización que alcanza en ocasiones cierta resonancia bélica: Els carrers serán siempre nostres). En La Rinconada se preguntaron, luego de la algarabía: «¿Y ahora, qué hacemos?»

«He estado en La Rinconada, preguntando vecino por vecino qué es lo que hizo el comunismo libertario durante las cinco horas de su mando, y no he podido averiguarlo. Parece que, aparte de gritar, no hicieron nada. Nada tenían que hacer. Un rumor sospechoso, de origen reaccionario, dice que se proclamó el amor libre y que incluso se practicó en la persona de una matrona de la localidad; pero he tenido ocasión de ver en la plaza a la presunta víctima y no puedo creerlo. La verdad es que no tenían nada que hacer». La verdad es que a muchos indepes exultantes les convendría leer esto de Chaves, más que nada por lo que es previsible que ocurra en los días venideros, e incluso en lo que es previsible que ocurra hoy mismo: la comparecencia del Estado. «Atrincherados en su casa-cuartel, cuando fueron a pedirles que entregaran el armamento, los guardias civiles se negaron a ello. Fue tan rotunda la negativa que los revolucionarios optaron por dejarles aislados y ¡allá con su ceguera! Cuando llegaron las fuerzas de Sevilla, los anarcosindicalistas, que habían tomado las entradas del pueblo, recibieron a tiros a los guardias. Luego lo pensaron mejor. Cada cual escapó por donde pudo. Los guardias fueron cazándoles por los sembrados y por los pueblos inmediatos. La cárcel de La Rinconada está llena de muchachos atónitos y de muchachitas revoltosas, con sus pañuelos de seda roja y negra al cuallo, que no se explican bien por qué están presos. No hemos hecho mal a nadie. Y es la verdad. Pero si en el Código Penal de la República hubiera castigo para la tontería, la estupidez y la incultura, debieran condenarlos a cadena perpetua. Por tontos».

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