Por qué se necesita una bandera

22281561_10209838774757161_5880495335961306099_n.jpg

Cunde entre los bienpensantes la especie de que todas las banderas son iguales, cuando no hay nada más falso. Hay banderas y hay trapos. El grado de diferencia lo marca qué ampara cada una. Esto es capital, aunque las almas bellas se empeñen en negar la importancia de los símbolos. Suele suceder en España que la alergia a las banderas manifiesta sus síntomas más visibles cuando la bandera que sale a la calle es la nacional. Es decir, la bandera de la Constitución de 1978. ¿Para qué necesita un ciudadano normal una bandera? Precisamente, para seguir siendo normal. Entre los antiguos griegos no había nada más indeseable que no tener polis. Ser un apátrida o declararse cosmopolita (una palabra bellísima, muy literaria, pero que en su acepción literal sugiere un ambiguo y peligroso estado de excepcionalidad jurídica personal) era situarse fuera de la protección de las leyes de cualquier polis. O sea, expuesto a que cualquier cuatrero hiciera de uno lo que quisiera, sin consecuencias. Claman los portavoces mediáticos de la gauche divine que está renaciendo el nacionalismo español, y señalan empavorecidos las imágenes en las que se ve a cabezas rapadas pateando gente. Algo execrable, por supuesto. La cosa es que esas mismas voces melodramáticas omiten que la ultraderecha tiene el feliz número de cero diputados en todos los parlamentos de España, y algo más escandaloso todavía, callaron siempre ante la impunidad pública del filofascismo subvencionado por la Generalidad de Cataluña.

La gente del común quiere, sobre todas las cosas, que la dejen en paz. Vivir y dejar vivir. Esa es la verdadera mayoría silenciosa, que si está callada es porque tiene problemas que resolver todos los días, cada cual los suyos: el trabajo, la falta de; la hipoteca, el alquiler; la compra, el uniforme del colegio de los niños, el poder concebir y criar uno; los estudios, la universidad, el instituto; la enfermedad propia, o peor, la de los seres queridos, etcétera. El grueso de la población ni quiere ni puede vivir en permanente estado de movilización: primero no puede permitírselo, y segundo, es muy cansado. Quema los nervios. Quien sí puede vivir poseído por ese sentido de urgencia histórica cotidiano es el que se arrima a los árboles que dan buena sombra. Juventudes de partidos, sindicatos, Ómnius culturales, asambleas nacionales de agitprop. Ya saben, todo ese magma derramado por las laderas del gran volcán autonómico. La gente normal no sabe exactamente cuál es su nación ni si acaso necesita una, pues para eso existen las naciones políticas: amparan una estructura jurídica de convivencia dentro de la cual cada individuo puede vivir su vida como le salga de los cojones, siempre que no moleste a nadie.

Le leí un tuit al prestigioso periodista Martín Caparrós el domingo. Reprochaba a Vargas Llosa que criticase el nacionalismo ante un público abarrotado de banderas españolas, de señeras y de banderas de la UE. Este tipo de comentarios banales, en gente de tanto caché, me cuesta clasificarlos como ingenuidades. No todas las banderas son iguales, pero esto seguro que lo sabe Martín Caparrós. ¿Son iguales, por ventura, la tricolor francesa, la italiana, la Union Jack, las barras y estrellas americanas, la rojigualda, que la estelada cubana, matriz de la catalana, o que la roja popular de la China comunista? ¿Iguales la tricolor francesa con la cruz de Lorena y la francesa de Vichy? El triunfo de la modernidad es justamente el terminar con las barreras interiores entre los territorios y la creación de marcos legales cada vez más amplios, que cobijen a cada vez más gente. La democracia no es votar, sino sencillamente un modo de organizar la vida en comunidad cuyo fundamento es la resolución pacífica de los conflictos. Convendría despojar de toda mística al culto democrático, por que de pacto entre ciudadanos puede, lo estamos viendo, degenerar en religión laica. Y a las religiones les ocurre que siempre puede alguien, en algún momento, oponerles otro Dios mejor y más verdadero. En Barcelona, el domingo, se manifestó mucha gente que no se había manifestado en la vida. Se preguntan muchos en el debate público que por qué no alzaron antes la voz: pues por que estaban viviendo sus vidas, arreglando sus cosas, ocupándose en pasar el brevísimo tiempo que cada uno tiene en el mundo de la manera en que cada uno creía más conveniente, sabiendo que jueces, policías, tribunos y diputados velaban mejor o peor por que los límites cívicos no fueran violados por nadie sin su correspondiente castigo.

3 Comentarios

  1. Un texto magnífico. Empiezo a imaginar la bandera rojigualda como un símbolo de igualdad de derechos y obligaciones, de normalidad ciudadana en un territorio que se llama España. Mil gracias.

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s