Conviene mirar esta imagen con atención, por que nos da una medida exacta de nuestro lugar en el orden natural que nos rodea. Naturalmente, me refiero al Universo, cuya etimología entronca con dos campos semánticos reveladores: por el lado del latín, todo lo que es, junto a todo lo que lo rodea; por el lado del griego, justamente, el orden de todos estos elementos engarzados en una unidad absoluta, un orden por eso mismo bello, contrapuesto a la fealdad del caos. Es la Tierra, vista desde Saturno. La imagen es una de las miles de fotografías que ha tomado la sonda Cassini, donde llegó hace 20 años. También conviene dedicarle un minuto al fenómeno mismo: un grupo de seres humanos, reuniendo voluntaria y libremente sus inteligencias, consiguió diseñar y construir un artefacto capaz de llegar a mil doscientos millones de kilómetros de distancia. No sólo llegar, sino funcionar, que es lo mismo que levantar una cúpula como la del Panteón y guindarla (como dicen los marineros) sobre unos muros de hormigón y que no se caiga en mil ochocientos años. Cuando popularmente se dice que la mano del hombre está destruyendo el planeta, se olvida que es la mano del hombre la única capaz de hacerlo. Es decir, millones de creyentes monoteístas en el mundo conceden a una supuesta entidad supraterrenal la capacidad de aniquilar la vida animal en la Tierra, y la Tierra misma, poniendo fuera del bien y del mal la voluntad que esa entidad pudiera tener para hacerlo. Sin embargo, el sintagma la mano del hombre lleva dentro la semilla de la autoflagelación: somos la cochambre mundana que derrumbará el templo. Cuando veo que el hombre lleva a cabo proezas como la de la Cassini, Santa Sofía, el Panteón, el David de Miguel Ángel o el dominio absoluto de la abtrusa red de reglas, ecuaciones, cálculos y variantes que se usan para navegar mares, cielos y espacios exteriores, pienso que la mano del hombre es la única cualidad supraterrena que existe. Literalmente, pues tal y como colonizamos el Universo inventamos un Dios que nos castigue por nuestra osadía.
La mano del hombre
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