Christopher Nolan, excelente director de metapelículas como Memento u Origen, probó a hacer epopeyas con Interstellar, y le salió muy bien. Hablé aquí mismo de aquel maravilloso canto al género humano. Del mismo estilo es Dunkerque, que guarda además todas las particularidades narrativas características del autor: una estructura temporal no lineal, con diversas capas que se superponen tejiendo un lazo en torno al espectador a través de personajes que confluyen en distintos planos del tiempo y del espacio para anudarse al final. Esta vez, eso, el final, le salió más redondo que nunca. Dunkerque es una película fascinante, por lo que tiene de épico y por que expande los límites del formato audiovisual: está pensada para ser vista en una sala, en pantalla grande, nada de eso tan cotidiano ahora que es verla en el A4 extendido en horizontal que es el monitor de nuestro portátil.
Yo, que de cine sé lo justo, voy al cine como un espectador medio, de infantería. A disfrutar, sin el complejo ese del que tiene que escribir de ello y hacerse el interesante (en realidad, no tengo nada que escribir sobre esto. Lo hago por puro sport). Como me ha dado por escuchar últimamente los podcasts de Cowboys de Medianoche, aprieto los ojos como un chino e intento captar la singularidad del plano, el matiz fotográfico, el color, la sombra, la metáfora visual. ¡A veces, hasta lo consigo! Los domingos, no obstante, suelo encontarme más perezoso de la cuenta. Y al cine sólo voy los domingos. Con Dunkerque disfruté mucho, igual que con Interstellar. Y con Hans Zimmer. Hay a quien le molesta que Zimmer le ponga música a todo lo que hace Nolan, como hay, naturalmente, a quienes molesta todo lo que hace Nolan. Pero es como si alguien se quejase de los pases de gol que Isco le pone a Cristiano. Nonsense.
Dunkerque es un relato épico. Se ha criticado que no aparezcan tropas coloniales británicas, o que apenas se haga referencia a los franceses. Bueno, Dunkerque está en Francia. Alguien tenía que decirlo. Sobre todo, Dunkerque es la materialización de un discurso, el de Churchill tras la evacuación. Lucharemos en las playas, lucharemos en las calles, etcétera. Estaba tardándose mucho en ponerle imágenes y carne a una de las piezas retóricas más hermosas de la Historia de la Humanidad. Es una epopeya completamente británica, por que fue el Reino Unido quien, en ese punto concreto de la Historia de Europa, quedó solo frente al ogro vencedor. Es decir, la sensación que debió sentir el mundo libre, allá donde cada cual se encontrase, en el verano de 1940, cuando Francia se derrumbó ante Alemania y de repente, el mundo pareció terminarse justo ahí. Quedaba en pie Gran Bretaña. Si el cine es verdaderamente un arte, tiene que generar sensaciones, que siempre son involuntarias: angustia, miedo, alegría, tensión, esperanza. Una película no es un documental. En Dunkerque no sale la cara de ningún alemán, y no hace falta: el enemigo está recostado en la cuarta pared, mirando al espectador por una rendija que no vemos pero podemos intuir. El enemigo es una fuerza ciega, brutal, una fiera que acecha, y nosotros estamos en una cabaña viendo cómo la tormenta se adueña de todo a nuestro alrededor, la noche es impenetrable y los lobos cada vez aúllan más cerca.
Si Churchill habló en su discurso de hacerle la guerra a Hitler por tierra, mar y aire, Nolan plantea una película con tres voces: la de tres pilotos de la RAF que cubren la evacuación de Dunkerque batiéndose contra la Luftwaffe; la de un soldado de infantería que recurre a todo lo que es capaz de imaginarse e improvisar para salir de la ciudad en uno de los barcos de la Royal Navy, y la de un patrón de yate de recreo que ante la requisitoria de la Armada se lanza al Canal con dos críos. Estos tres civiles son el nervio de la historia, pues lo que hizo inolvidable la catástrofe de Dunkerque fue el esfuerzo voluntario y tenaz de la población británica, sobre todo los que ante la llamada de auxilio de su gobierno navegaron hasta la ciudad asediada por tierra y por aire, surcando unas aguas plagadas de submarinos enemigos. Estas tres voces se combinan y solapan, cada una en su propio rango espacio-temporal, creando un conjunto armónico de desazón y urgencia: uno siente, en todo momento, lo peliagudo de la cuestión. Son tres horas de momento crítico, y la tensión dilatada, con habilidad, es el gran mérito de la obra.
Se tacha la película, como todo el relato creado alrededor de esta, digámoslo en estos términos, derrota en diferido, de propagandístico. Bien, lo cierto es que se salvó una fuerza expedicionaria de 300 mil hombres, y se implicó a una sociedad exhausta y empavorecida por la guerra (la Primera Guerra Mundial y sus inconmensurables estragos estaban aún en carne viva) en una lucha a muerte entre dos concepciones del mundo. Nolan logra transmitir eso, la atmósfera de angustia y esperanza que envolvió el episodio de Dunkerque. Y qué es el cine, si no. Para conocer la Historia están los manuales, por más que la película asuma con bastante fidelidad el transcurso de los hechos.