De Oviedo a Jerez, España es un degradado. De los morriones cantábricos orlados de esmeralda y con borlones de niebla por babero, a los campos de girasoles de la cuenca del Guadalquivir; lomas tranquilas bajo un cielo veteado en cada crepúsculo de un fulgor lleno de augurios al que es posible seguir llamando Europa.
Por la ventana del tren
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