Dostoyevski, arúspice

Leyendo Los demonios, de Dostoyevski, me asombra la capacidad predictiva del maestro. La novela se publicó en 1872, pero a veces me ha parecido estar leyendo sobre el año 1917. Extracto tres pasajes. 

Aquí anticipa el leitmotiv de la dictadura del proletariado, móvil moral ulterior que amparaba el establecimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en Rusia. El diputado en Cortes Alberto Garzón lo definió, hace unos días, como «el control del poder por la mayoría, la clase trabajadora. Viene del demos griego» (sic).

«El señor Shigaliov se consagra a su labor con entera seriedad y es, por añadidura, modesto en demasía. Yo conozco su libro. Él propone, como solución definitiva del problema, la visión de la Humanidad en dos partes desiguales. Una décima parte recibe libertad personal y un derecho ilimitado sobre las nueve décimas partes restantes. Estas últimas deberán perder toda individualidad y convertirse en una especie de rebaño, y, mediante su absoluta sumisión, alcanzarán, tras una serie de regeneraciones, la inocencia original, algo así como en el Paraíso Terrenal. Tendrán, sin embargo, que trabajar. Las medidas propuestas por el autor para privar de voluntad a nueve décimas partes del género humano y convertirlo en un rebaño mediante la reeducación de generaciones enteras son muy dignas de nota, muy lógicas, y están basadas en datos tomados de la naturaleza. Puede uno no estar de acuerdo con alguna de sus conclusiones, pero no cabe dudar de la inteligencia y los conocimientos del autor. (…)

-¿Habla usted en serio? -preguntó madame Virguínskaya al cojo con una punta de alarma. ¡Pero si es un hombre que, cuando no sabe qué hacer con la gente, esclaviza a nueve décimas partes de la Humanidad! Hace mucho tiempo que vengo sospechando de él. (…)

-Y además, trabajar para los aristócratas y obedecerles como si fueran dioses, ¡qué villanía! (…)

-Lo que propongo no es una villanía, sino un paraíso, un paraíso terrenal; y en la tierra no puede haber ningún otro.

-Yo, en lugar de un paraíso -exclamó Liamshin-, lo que haría, si no supiera dónde poner a esas nueve décimas partes de la Humanidad, sería volarlas con explosivos. Así sólo querdaría un puñado de gente educada que podría vivir feliz por los siglos de los siglos según principios científicos.»

Aquí, quizá, el leninismo.

«En ese cuaderno suyo tiene bien definidas las cosas -prosiguió Verjovenski-. El espionaje. Cada miembro de la Sociedad espía a los demás y está obligado a delatarlos. Uno para todos y todos para uno. Todos esclavos e iguales en la esclavitud. En casos extremos, calumnia y asesinato, pero ante todo, igualdad. Como primera providencia se rebaja el nivel de la educación, la ciencia y el talento. Un alto nivel de ciencia y educación vale sólo para mentes excepcionales, ¡y las mentes excepcionales están de más! Las mentes excepcionales han alcanzado siempre el poder y han sido déspotas. A Cicerón había que cortarle la lengua, a Copérnico arrancarle los ojos, a Shakespeare apedrearle (¡ahí tiene usted la doctrina de Shigaliov!). Los esclavos deben ser iguales. Sin despotismo no ha habido nunca ni libertad ni igualdad, pero en el rebaño habrá necesariamente igualdad. (…)

Oiga, Stavroguin. Allanar montañas es una idea hermosa y nada ridícula. Yo estoy de parte de Shigaliov. La educación es innecesaria y ya hemos tenido bastante ciencia. Sin ciencia tenemos material para mil años y lo que nos hace falta es obediencia. En el mundo sólo hace falta una cosa: la obediencia. El prurito de la educación es un prurito aristocrático. En cuanto un hombre se enamora o funda una familia siente el deseo de propiedad privada. Nosotros acabaremos con ese deseo; recurriremos a la embriaguez, la calumnia, la delación; recurriremos a la depravación más extremada; estrangularemos a todo ingenio en su infancia. Reduciremos todo a un común denominador: la igualdad completa. «Hemos aprendido un oficio y somos personas decentes; no necesitamos nada más»; ésta fue la respuesta que hace poco dieron los obreros ingleses. Sólo lo necesario es necesario: he ahí el lema del orbe entero de ahora en adelante. Pero también se necesita una sacudida; de eso nos ocupamos nosotros, los dirigentes. Los esclavos necesitan quien los guíe. Obediencia completa, completa falta de individualidad.»

Aquí, sin duda, el estalinismo.

«No, esta chusma democrática con sus grupos de cinco no es de mucha ayuda; lo que aquí se necesita es una magnífica y despótica voluntad, encarnada en un ídolo, apoyada en algo firme y ajena a todo…Entonces, hasta los grupos de cinco se meterán el rabo entre las piernas sin chistar y se aprestarán servilmente a ser útiles cuando lo exija la ocasión.

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