Hace dos días, un terrorista, al parecer en nombre de la Yihad, asesinó a varias personas cerca del Parlamento del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en Londres. Lo hizo arrollando con un todoterreno a los viandantes que paseaban por una de las aceras del puente que cruza el Támesis hasta Westminster; luego apuñaló a un policía antes de ser detenido a balazos por los custodios del Parlamento. Ocurría justo un año después de que varios asesinos, también en nombre de la Yihad, mataran a tiros y bombas a una treintena de personas en Bruselas. A lo largo de ese año las técnicas criminales, siempre en nombre de la Yihad, han ido sucediéndose en una progresión minimalista: en verano, en Niza, un camión arrolló a cientos de personas, causando una carnicería. En diciembre, en Berlín, lo mismo, afortunadamente con menos muertos. Todas estas maneras de matar han sido practicadas antes, con abrumadora regularidad, en Israel, donde asesinar en nombre de la Yihad irrumpiendo a puñaladas en centros comerciales o arrollando a viandantes con coches y camiones ha sustituido los antiguos bombazos en autobuses, cafeterías y terrazas. Supongo que a medida que se suceden las catástrofes las fuerzas de seguridad van acotando el margen de actuación de los terroristas, con lo cual éstos van haciendo realidad -seguramente sin saberlo, o sin planteárselo- aquello que dicen dijo Einstein: no sé cómo será la tercera guerra mundial, pero sí sé que en la cuarta se combatirá con hachas de piedra.
Vuelve a hacer frío. Mucho frío. La primavera, como la felicidad, sólo es un instante. En Madrid ha nevado y el Bernabéu ha lucido blanquísimo, imagen gozosa para los que con cualquier cosa nos ponemos alegres. En provincias, este frío, nos deja un cielo con profusión de azules: nubes de algodón esponjoso sobre el mar, como si la mano de Dios hubiese derramado nata sobre el inmenso pastel de la Tierra, devoradas después por muros de cobalto hasta que, por fin, la noche. He empezado a leer a Kavafis. Cinco poemas antes de dormir. A ver si lo cumplo, por que mi cabeza siempre está llena de buenas intenciones que también van a morir a la mar.