Deir Ezzor, llamada en árabe Deir ez-Zor o Dayr al-Zawr, es una ciudad del desierto sirio ubicada en la ribera del Éufrates, cerca de la frontera con Irak. Según la Wikipedia en inglés, contaba en 2004 con 211 mil habitantes. Está a 450 kilómetros de Damasco. Según la Britannica, su nombre tendría que ver con el hecho de que la ciudad se asentase alrededor de uno de los monasterios paleocristianos más antiguos: literalmente, Deir ez-Zor significaría «el monasterio de la arboleda». Cae a 75 kilómetros al noroeste de Dura Europos, el viejo enclave babilonio reconvertido en colonia militar helénica por Seleuco I Nicátor, general de Alejandro y por tanto, uno de los diádocos. La ciudad moderna fue fundada por los turcos en 1867, como parte de un plan de contingencia frente a la beligerancia de las tribus árabes del Éufrates. Deir Ezzor asistió en 1941 a una decisiva victoria del ejército colonial británico sobre las tropas francesas de Vichy destacadas en una zona bajo control francés desde 1921; lleva en disputa desde el inicio de la Guerra Civil siria, con dominio gubernamental en, al parecer, un cincuenta por ciento y su situación es, desde 2015, en extremo precaria. Las posiciones del Ejército sirio más cercanas a Deir Ezzor, tras la última caída de Palmira, están muy lejos, y por el medio hay un desierto inhóspito y una frontera inexistente con el otro país en guerra civil, Irak. Las distintas ofensivas lanzadas por el Estado Islámico se han ido recrudeciendo desde 2015. El Gobierno sirio mantiene la base aérea, el hospital, y una parte considerable de la ciudad, al menos la mejor equipada y sin duda la más habitada. Al mando está el Mayor Issam Zahredinne, carismático general de la Guardia Republicana de origen druso cuyo halo parece extenderse como un manto de protección sobre los casi cien mil civiles atrapados en un cerco que parece cada vez más angustioso a lo largo de esta semana, dada la afluencia de yihadistas expulsados de las llanuras de Nínive por el avance del Ejército iraquí y de los kurdos en Mosul.
El cerco a Deir Ezzor no está despertando un interés mediático siquiera comparable al concitado por la reciente liberación de Alepo, que abrió telediarios de cadenas, como Canal Sur, que en cinco años de guerra siria no habían informado más allá de melifluas vaguedades. Según parece, los yihadistas han concentrado aproximadamente 14 mil terroristas alrededor de la ciudad, asediada más o menos intermitentemente desde 2013. Deir Ezzor era el final de las largas caravanas de armenios desterrados de Estambul y Asia Menor por las autoridades turcas durante la Primera Guerra Mundial. Acampaban en campos de la región, donde perecieron por centenares ante la impavidez y connivencia criminal de las autoridades. El monumento a la memoria del Genocidio Armenio fue destruido en 2014, al parecer deliberadamente, por terroristas del Estado Islámico. Era una bella iglesia consagrada en 1991, llamada de los Santos Mártires. En Deir Ezzor, según se dice, vivían, junto a una mayoría de musulmanes suníes, cristianos y asirios. A lo largo de la guerra ha resultado ser el escenario de ese tipo de situaciones llamadas comúnmente daños colaterales que, en puridad, la opinión pública jamás descubrirá si fueron producto del desafortunado azar o fruto amargo de sutiles discrepancias diplomáticas ocurridas en cómodos despachos a miles de kilómetros de distancia. El magnífico puente colgante sobre el Éufrates también sufrió severos daños al principio del conflicto. Según fuentes locales, en estas horas se lucha en torno a la base aérea, el cementerio y otros distritos estratégicos de la ciudad. A no mucha distancia, en cambio, Mosul está a punto de ser liberada. La civilización se defiende a sangre y fuego en un par de ubicaciones muy lejanas de la plácida y aterida de frío España, donde la única preocupación consiste en atender las caprichosas ocurrencias de un cuantioso número de electores xenófobos de Cataluña y el País Vasco.