16-01-17

Me produce bochorno escuchar por la radio las tertulias políticas. Casi todas. Me resulta asombrosa la altiva ligereza con la que los periodistas políticos españoles, a menudo palafreneros de los cargos públicos y jefecillos de partido cuyo trabajo principalmente consiste en interpretar cuales arúspices declaraciones ambiguas, vanas, chismorreos, proyecciones místicas susurradas entre los pasillos del Congreso y devaneos de salón, juzgar con una ignorancia catedralicia al tipo que ha ganado en el sufragio democrático más libre y meritocrático del mundo.

El día empezó bien y se estropeó. Como todo. El bienestar (que es lo único a lo que podemos aspirar en nuestro irrelevante paso por la Tierra) es tan episódico y veleidoso que con razón los griegos se inventaron el destino y le dedicaron templos de literatura. Hace mucho frío, pero el cielo sigue siendo de una belleza salvaje, sobre todo en las alboradas. El contraste entre la silueta negra del mundo y la antorcha que se eleva hacia las alturas derritiendo la noche como una llama tenue deshace la cera, es lo mejor de los días. Todo consiste en encapsular los pequeños instantes de armonía.

Hay ocasiones en las que deseo entregarme por completo a la entropía, rendirme a lo que me sale de dentro, que es un maelstrom en espiral, una inclinación natural a la desidia y a la desintegración. En definitiva, sólo soy un hombre malo e inservible, como bien dejó escrito Dostoyevski en las Memorias del subsuelo.

Inicio, espero esta semana tras la lectura de El idiota, la primera de las Lecturas Rusas de este año: Los Romanov, de Montefiore. Iré dando cuenta.

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