20-12-16

Ayer mataron al embajador ruso en Turquía. Estaba inaugurando una exposición de arte. Pienso en las muertes, en los crímenes, que hemos visto televisados en directo en los últimos años. Desde el 11 de septiembre de 2001 hasta hoy. El hiperterrorismo, tal y como lo bautizó sobre el terreno un policía parisino, aquella noche nefasta de noviembre de 2015. Se advierte una evolución: de la matanza masiva y por tanto, abstracta, del Wolrd Trade Center -conocemos la cifra: tres mil, cuatro mil muertos; conocemos la incalculable consecuencia moral del impacto; conocemos cómo secuestraron los aviones y cómo los estrellaron, cómo se cayeron las torres, pero la sangre no saltó de la pantalla, confiriéndole a la tragedia un sentido de asepsia que abunda notablemente en la monstruosidad- al asesinato casi íntimo frente a las cámaras de los smartphones y los fotógrafos, y los periodistas, retransmitido por streaming al mundo entero.

Creo que lo leí en algún sitio, hace tiempo: el terrorismo redefine constantemente el concepto de lo posible. He leído también, hace algunas horas, que Hollywood y los videojuegos están modulando el tono de las matanzas reales, alterando tanto la imaginación de los asesinos como la percepción que de los crímenes tiene el ciudadano medio, convertido en sujeto pasivo o mero espectador de lo que parece una ficción en cuatro dimensiones. Yo no lo veo así. Es mucho más sencillo: el ser humano está programado genéticamente para aprovechar y explotar cualquier posibilidad material de alcanzar sus objetivos inmediatos. Todo lo demás se deriva de esto.

Este arco evolutivo en la narrativa del crimen y de la muerte tiene como objeto, naturalmente, la difusión más refinada y precisa del miedo entre los receptores. El terrorismo trata a sus asesinados como víctimas sacrificiales. Los terroristas han calibrado mejor que nadie el alcance de las aplicaciones tecnológicas que transmiten la información de forma inmediata: el embajador ruso en Ankara, los policías que protegían la sede de Charlie Hebdo (jamás olvidaré el modo en que le volaron la cabeza a Ahmed Merabet) son tratados por los asesinos como instrumentos para herir al verdadero target, que es quien lo está viendo desde la pantalla de su ordenador, de su móvil, de su televisión, en el cálido, seguro y acogedor salón de su casa. La invasión de ese espacio sagrado, mancillar la alfombra del ciudadano y violar su lar, es lo que verdaderamente pretende el terrorismo, consciente de un arcano universal: sembrar el desasosiego como espoleta retardada.

Nieva en Siria por primera vez, dice The Independent, en 25 años. He visto las imágenes. La nieve parece tener una cualidad terapéutica asombrosa. Cae sobre la tierra rota de Siria lavando la sangre y trayendo el silencio, como el vino y la miel con que los antiguos curaban los miembros destrozados de sus héroes. La nieve es una mujer. Y todo vuelve a empezar.

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