Ha caído Palmira. Otra vez. Me temo que la huella de nabateos, asirios y romanos, después de tantas guerras, no sobrevivirá a la última. Supongo que es el sino de la Tierra, morada de animales perversos y homicidas cuyo último estertor es para afirmarse sobre el vencido, no junto al prójimo. Es difícil calibrar la magnitud de una tragedia así cuando hace un sol tan estupendo, e incluso calor para ser diciembre; cuando hace, propiamente, un diciembre tan burgués, en el sentido burgués de vida confortable, sobria, cómoda y de alcance reducido pero seguro, cuyo contraste quizá más colorido con respecto a la situación siria es que aquí no hace falta sentarse en una cómoda del porche con un rifle en el regazo a esperar a los malos.
Estaba leyendo sobre The Wire, para un reto de aprendizaje que tengo en ciernes, y di con una serendipia, a propósito de Grecia (siempre, siempre, siempre Grecia): Arquíloco, el primer poeta de nuestra civilización. Es decir, el primero en identificarse como tal, y además el pionero de una saga inmortal de soldados y hombres de guerra. Un mercenario, como Jenofonte; un soldado sin patria, un descreído, un crápula, un monómaco, un solitario. Uno de los míos, uno de los nuestros. El primero, quizá. El verso iniciático saltó a mis ojos como un trallazo: «apoyado en mi lanza, de pie, en el alto, sano, sereno, impasible, como y bebo». Reverbera ahí Cohen y su partisano. «I took my gun, and vanish». Khayyam bebiendo a la luz de la Luna, sin más Dios que su cántaro de vino, sin más promesa que el recuerdo de unos ojos claros, de un dulce solazamiento bajo las ramas de un árbol frondoso. Jorge Manrique, Garcilaso, Alonso Contreras. Esquilo, quien sólo quería legar a la posteridad la memoria de su participación en lo de Maratón, su condición eterna de «guerrero de Maratón». Son estos los personajes de la Historia que me arrancan lágrimas.
Lo peor de la Navidad, quizá lo único, es la manifestación absoluta, impúdica, escandalosa, de lo hortera y fatuos que pueden ser mis vecinos, cuyas casas, recargadas de neón, neón barato y churrigueresco, parecen lupanares de carretera.
Dice David Simon, creador de The Wire y periodista: «Los periódicos no están suficientemente equipados para abordar ciertas verdades complejas. Prefieren centrarse en los escándalos, o en historias con moraleja clara. Por ejemplo, «una taza de WC de ochocientos dólares, o un contratista que te cobra el doble de lo que vale una obra. De eso viven. En cuanto al fracaso del sistema en el plano social, con sus múltiples y complejos problemas, los periódicos no están hechos para entender eso». Una de las servidumbres de no vivir en casa propia es tener que pagar el derecho de televisor, el pontazgo contemporáneo: el 24 horas sólo reina cuando yo desayuno. Almuerzos y cenas danzan entre Canal Sur y Antena 3, cuyas narrativas son tan deprimentes que estoy empezando a considerar con seriedad el pegarle un hachazo al televisor como único acto de revolución posible en la socialdemocracia desangrada de hoy.