Ya se acaba el verano y, en efecto, se apercibe el otoño. Se huele al mediodía, menos calurosos y más perfumados, pues bien se sabe que la flama no se puede oler sino escuchar, como estertor; se puede palpar en los atardeceres, menos largos pero más expresivos, como si la cercanía de lo lúgubre, de la muerte, forzara a los cielos a ser más grandilocuentes, a decir más cosas; se puede vislumbrar brevemente en los amaneceres, que son más fríos, más azules, y más tardíos. Se acaba el verano y es un tiempo triste y alegre, por igual. Se acaba el tiempo feraz, en el cual todo florece y se preña el mundo de vida: corre el dinero, se abren tiendas, colmados y heladerías, bares y tascas, bodeguitas (gastrobares, se dice ahora con pompa), y cuando hay dinero circulando las almas sonríen y se gastan, se vomita la juventud en las esquinas como decía Loquillo. Ayer hice algo importante, terminé una tarea de la que me siento satisfecho. Pronto, espero, podré dar novedades, dar parte en este dietario que hoy recupero porque sencillamente necesitaba de nuevo el brío de escribir. Me suele pasar, cuando termino alguna faena de trascendencia: me vacío, y me doy a la molicie, que es uno de mis instintos más primarios y nucleares.
Se dice que ya hay fecha para las elecciones. Creo que las radios y las televisiones llevan más de un lustro copadas por muñecos ventrílocuos. He rescatado la vida de Alejandro de Plutarco, que me leí hará un año y del que no recuerdo nada; empiezo por el prólogo, donde sucintamente se citan unas consideraciones del magno biógrafo sobre el zoon politikon. Mi mente vuela hacia Moreno Bonilla, Susana Díaz, Pedro Sánchez, Andrea Levy, Alberto Garzón, Ramón Espinar, Pablo Casado:
«Hay que tener presente que la actividad política no consiste puramente en ejercer magistraturas, ser embajador, vociferar en la asamblea y agitarse en la tribuna perorando o redactando decretos, todo lo que el vulgo cree que es hacer política, como cree que filosofan los que discuten desde la cátedra y explican cursos enfrascados en los libros: la política y la filosofía continuas, que se manifiestan diariamente en obras y en actos, les son ajenas…Sócrates filosofaba sin poner bancos, ni sentarse en un sillón, ni fijar un horario de trabajo o de paseo a sus discípulos, sino incluso bromeando con ellos, si la ocasión lo pedía, bebiendo con ellos y saliendo a campaña con algunos y haciendo con ellos sus compras en el mercado, y por último, aun preso y al beber el veneno; siendo el primero que demostró que la vida admite filosofía en cualquier hora y lugar, en cualquier estado de ánimo y sencillamente en cualquier coyuntura. Del mismo modo se ha de concebir la política…El que realmente se interesa por el bien común y ama a sus semejantes, patriota, solícito y de espíritu civil, aunque jamás revista la clámide, siempre es político, por el hecho de impulsar a los capaces, dar la mano a quienes lo han menester, asistir a los que deliberan, disuadir la de los malévolos, sostener el esfuerzo de los bien intencionados, dar a conocer claramente que toma parte en los negocios de la república, no de paso o porque determinado interés o una convocatoria le llevan, por su preeminencia, a la junta o al senado, pero en realidad yendo a aquélla o a éste, si se decide a ir, por mero pasatiempo, como a un espectáculo o a un concierto, antes bien, aunque no asista personalmente, por el hecho de estar all´con su pensamiento y seguir lo que allí se hace, adhiriéndose a unas cosas y desaprobando otras.»