Me abochorna el espectáculo que mi generación está ofreciendo al mundo ante los primeros signos de adversidad y carestía. Hablo de mi generación en términos amplios. Mis coetáneos, en general. Del mundo libre y próspero. Habituados a la abundancia sobrevenida, se comportan como niños asustadizos y débiles que, ahítos, se repliegan sobre ellos mismos sin comprender el sino de la época. Y como decía el adagio viejo sobre los españoles, sin querer comprenderla.
El alborozo de las ratas y el miedo de la chusma. Más que nunca Europa parece hoy un barco de guerra español en Trafalgar: oficiales lánguidos, cultos y fatalistas, pero leales al deber, y una marinería mezquina y miserable. Empero, aquella chusma supo hacerse matar. Conviene ir a la raíz etimológica de la palabra. Del genovés antiguo ciüsma, traducción del griego kéleusma: «canto acompasado del remero jefe para dirigir el movimiento de los remos».
El centro del mundo se desplaza hacia el Pacífico. El macroproceso que nos lleva al imperio global, enterrador de las naciones y sus Estados atómicos, sigue siendo inevitable a pesar del Brexit. Pero la polis común se disgrega. No en clases, sino en individuos atrapados en segmentos, no sé, geoestratégicos, por decir algo. Es un fenómeno que todavía trasciende mis capacidades léxicosemánticas.
Teresa Rodríguez, portavoz de Podemos en el parlamento de Andalucía, dijo ayer en la SER que la base aeronaval de Rota daba cáncer. Su fuente para afirmarlo es la vox populi. Los hombres del tiempo de mi abuelo decían, con la misma asertividad, que desde que estaban los americanos en Rota, las nubes se habían espantado abandonando el cielo. Y que ya no llovía.
Niños ricos con sobreabundancia de bienes y con poco apego al trabajo,aunque sea bien pagado. Ahora,ante una grave crisis, reclaman sus derechos, que básicamente son que alguien les pague sus caprichitos. Por eso acabará gobernando Pablemos, porque dice lo que la chusma quiere escuchar, aunque sea mentira.