17-06-12

El otro día, escuchando la COPE (servidumbres familiares, no me juzguen) escuché entera la entrevista de Carlos Herrera a Pablo Iglesias. Me llamó la atención del discurso de este Talleyrandcillo -por lo cínico- una cosa. Resulta que a Pablo Iglesias le gustan las herencias medievales, esas que suenan tan modernas si se las adjetiva forales, que impiden y han impedido siempre la cohesión administrativa completa del Estado Eespañol moderno. Le gustan tanto que fundamenta en ellas, otrosí, la teoría de la plurinacionalidad de España. Olvida sin embargo que quienes han defendido siempre, con celo de burra encelada, esas puertas falsas consuetudinarias, quienes por tanto han impedido ad aeternum la refundación jacobina del Estado español, han sido siempre ciertas oligarquías: élites corporativas, residuos de las viejas coronas navarra y aragonesa. Ahora esas élites se han hecho masivas a fuer del embeleso masivo que con sus discursos han logrado entre los ciudadanos, gracias a la magia narrativa de la postmodernidad. Y este hombre se dice progresista.

En otro orden de cosas, ya están naciendo las sandías. Hoy he descubierto, gracias a la etimología (que es la mejor amiga del hombre) que proceden de la región pakistaní de Sand, cosa curiosa que viene a amenizar este viernes de junio, en el que me he perdonado con el verano. Quizá mañana o pasado lo explique. Habré de rehuir las amistades, los compromisos, la sociedad: por fin tengo tiempo para escribir. ¡Y para leer! Me está costando más de lo que creía, Lucrecio. Tiene raptos de ebriedad literaria, pero lo lastra el afán de querer contarlo todo. Nos pasa a los buenos.

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