Milán, del latín Mediolanum, ha sido celta, romana, bizantina, y muchas cosas más. Vive encajada entre los Alpes y los Apeninos, y se lava los pies en el Po. Su escudo luce la cruz de San Jorge, como el de la ciudad de Barcelona, aunque también es famosa la serpiente de los Visconti, fundadores del Ducado de Milán, también llamado con el tiempo, el Milanesado. Hogar de los longobardos, umbral de Italia, pasillo hacia Suiza y Alemania, corredor entre Francia y los Balcanes, Aníbal la rodeó camino de Cannas y Napoleón hizo de ella la capital de su República Cisalpina, germen de la nación italiana moderna. Feudo de los Sforza, los reyes españoles se ciñeron su Corona de Hierro mientras controlaban Flandes y miraban de reojo a la república de los dogos venecianos desde la mole del Castello Sforzesco. Antes fue de Carlomagno y de Francisco I; luego, capital de Saló, el reducto apocalíptico del fascismo. Stendhal admiró su luz flamígera, acariciándola con las palabras que le fluían naturalmente de su mano de soldado. Hemingway se enamoró en los tejados de Milán de una enfermera americana, ingresado en un hospital por la conmoción que le produjo la I Guerra Mundial. En Milán hay un estadio. Se llama San Siro, aunque la nomenclatura oficial se empeña en mantener el nombre de Giuseppe Meazza, el hombre que le dio a Italia la primera de sus 4 Copas del Mundo. San Siro es la casa del AC Milan, que tiene 7 Copas de Europa, y del Inter, que tiene 3. En San Siro han ganado Copas de Europa el Inter, el Feyenoord y el Bayern. En ese estadio, el Real Madrid jugará por decimocuarta vez en su Historia la final de la Copa de Europa. Será el 28 de mayo. Enfrente estará el Atlético de Madrid. Otra vez.
La luz cisalpina
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