Definitivamente, ya hace calor. Queda establecida la dictadura del viento de Levante, y de aquí a noviembre todo se reducirá a una lucha por seguir cuerdo. Todavía, empero, la cosa se mantiene dulce, ligera. El sol sólo quema al mediodía, y aún de refilón. El otro día me abrasé el cuello, caminando por la playa mientras escuchaba un podcast sobre el templo de Kukulkán, en Chichen Itzá. Me recuerda hoy Facebook que hace cuatro años estaba allí. Algún día escribiré sobre aquello. Descubrí el otro día en Los trabajadores del mar un concepto estupendo: el de la ociosidad laboriosa. Me viene que ni pintado para describir mis días, aunque ya empieza a ponerse la cosa prieta. De aquí al lunes tendré poco tiempo para escribir. Desde noviembre, llevo diseñando, photoshopeando, ilustrando, redactando, corrigiendo, gastándome las córneas frente a Google Drive y WordPress, para una cosita, un campeonato (odio la palabra evento) que me permitirá estrenarme como eso tan rimbombante, de jefe de prensa. Un jefe de prensa que también friega, barre y desescombra; al final, es donde me siento más cómodo, el trabajo que acometo con alegría desenvuelta. Con nonchalance. Por un puñado de euros, podría titular la experiencia. Literalmente. Juega esta noche el Madrid en Manchester, pero no en Old Trafford, sino en el City of Manchester: enfrente no habrá colorados, sino celestones, no estará Redondo de negro, sino Modric de azul, como la noche, y tras la pradera inglesa verde, verdísima, oscura, Milán, de la que Stendhal decía que su luz refulgía (tengo que buscarlo). Por cierto, me han vuelto a llamar de Los Siete Reinos.
26-4-16
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