Real Madrid 3-0 Wolfsburgo
Zidane quería fútbol, y lo tuvo. Su equipo no leyó a Homero. No hizo falta. En realidad, pocas veces se necesita más que tomar conciencia de uno mismo y actuar. Mourinho habló mucho de fútbol mientras estuvo en el Madrid, aunque el griterío de los monos en la jaula no nos dejara escuchar su voz más que a ratos. Una de las cosas que dijo, al principio, fue que un partido es una sucesión de etapas. De microfases. Al final se trata, tan sólo, de explotar tu ventaja en las fases que controlas, y minimizar todo lo posible el daño que el rival puede hacerte en las que él controla. Parece un enfoque científico. El Madrid tuvo una fase estupenda anoche, desde el pitazo inicial hasta que marcó el 2-0. Interpretó lo que el rival y la noche requerían. Desoyó la música procedente de las Escila y Caribdis de la grada, que pedía truenos. En el fútbol ha de tronar la gente en la tribuna, y los futbolistas han de jugar. Zidane se jugó la carta de la serenidad epicúrea y apostó al 2-0 antes de la media hora: Casemiro desvela entonces su función de seguro a todo riesgo en el plan inicial, puesto que Zidane presumía largo el partido desde el empate en el global. Con el 2-0, naturalmente, el Wolfsburgo se dijo a sí mismo que o hacia adelante, o hacia la tumba, y el partido entró en una escalada de violencia sostenida, a veces tan lenta y pausada que quebró algunos nervios. Los de los más pusilánimes, los de los ansiosos. Pero el Madrid resistió durante las fases en que un equipo alemán, en cuartos de final de la Copa de Europa, decidió no dejarse matar como un manso. A Keylor le chutaron dos veces: Gustavo desde lejos y Bruno Henriques desde la frontal de la chica. Un balón diagonal desde la covacha de Carvajal, por donde Schürle entró una vez. Esas pelotas llevan el infierno serigrafiado en el cuero. Fue ésa la única vez en que el Madrid miró a la cara del monstruo. Cristiano Ronaldo aceptó el envite y asumió el papel de hombre de Estado. Su partido desmintió todo lo que ha sido su 2015/2016. Fue más alto, más fuerte y más rápido que todos. Quiso ganar más que nadie, y abrió las aguas del Mar Rojo para que pasara toda la grey madridista hacia semifinales, el umbral de los Alpes. Detrás está Milán y está la Historia.