Real Madrid 4-0 Sociedad Deportiva Éibar
Como Jimmy McGill en Better Call Saul, el Madrid sólo puede hacer las cosas bien cuando las puede hacer a su manera. Espoleado por la misma derrota de casi siempre en Alemania, salió al césped del Bernabéu sin la exigencia de la Liga, y sin ninguna exigencia en realidad, salvo la de que la gente quería comprobar si sus muchachos eran capaces de remontar al equipo de la Volkswagen. Zidane dejó a Keylor y a Modric fuera, los dos tótems. Si falta uno, la fe se quiebra, y si la fe se quiebra, la nación se derrumba. Está a 90 minutos la nación madridista de vivir un 18 de julio, pero Zidane tiene la sangre llena de sortilegios. Con Lucas Vázquez y con Jesé, con Isco y con James, el Real dejó que el Éibar le arañase muy arriba, en donde Nacho y Pepe se esforzaban por parecer centrales modernos que saben sacar el balón. Salvada esa primera presión, tuvo pasto para correr la búfala madridista. James abrió el marcador con un estupendo requiebro de su tobillo izquierdo: su free-kick en la frontal del área de Asier Riesgo fue un rayo de sol anunciando la primavera. El resto lo resolvieron entre los demás, con relevante desempeño de Ronaldo en la asistencia. Lucas Vázquez es como un potro. Se desboca sin mucho miramiento y no tiene gracilidad. Tampoco aguanta el envite, no sostiene la pugna con marcadores fuertes porque es pequeño y menudo. Pero corre con batería de Tesla y no le cuesta nada levantar la pelota del suelo haciéndola bajar vigorosamente: es el mejor centrador diestro que ha tenido el Madrid desde Beckham. Recuerda mucho en sus maneras a Jesús Navas, aunque le falta gol. La segunda parte sólo sirvió para que el madridismo echase las cartas del Tarot: ¿mantendrá Zidane el trivote con Casemiro? ¿Quién jugará de los dos, si James o Isco? ¿Quizá tres defensas? ¿Será Lucas el protagonista el Gavroche de la gran barricada que se levantará el martes? El mundo es muy incierto.