Se acaba marzo, empieza abril. La mejor época del año. También la más triste. El aire, el sol, la luz, todo se inclina hacia lo que se añora. Cuanto mejor, peor. La belleza tiene ese reverso. Se ha de disfrutarla y no se puede. Es oneroso. Como la década. Pienso mucho, y no es tautología: pienso mucho, en estos días, acerca de todo el tiempo transcurrido tras la Universidad. Pienso en los viejos amigos, en los ex-compañeros, ahora colegas, pero sólo del paro. Es una dispersión, una diáspora de periodistas desocupados, desubicados, atendiendo cualquier otra faceta con tal de sobrevivir. De malvivir. Todo el potencial humano despilfarrado, tirado por el suelo. Muerto. Derramado, como la leche. Probablemente no había ninguna estrella entre nosotros. Pero sí había talento. Había historias por contar, muchas. Había ganas de contarlas. O simplemente ganas de vivir. Una tropa llena de soldados dispares, heteróclitos pero útiles. Buenos siervos. Buena tropa. Es gracioso y hasta cómico, si no fuera terrible. No en lo que tiene de sintomático, sino de particular. Cada carrera frustrada no ya en el parto, sino antes, cada vida laboral no-nata, abortada a las tres semanas de gestación (en este caso, cinco años), cuenta una historia. Una historia personal, íntima, que no se repite, aunque todas parezcan iguales. No quiero hacer aquí una queja generacional, o incluso gremial -¡Dios me ampare!-, pero esa es la verdad. Y tal y como cuentan, el primer compromiso del periodista es con la verdad. Lo curioso es cómo yo mismo y todos mis antiguos compañeros de aula llegamos a creernos fidedignamente que terminaríamos trabajando de esto. Que habría pastel para todos. Los avisos que nos daba la realidad, eran ignorados con esa levedad, con esa inconsciencia primaveral que tiene la primera juventud: el mundo es nuestro. Lo llegamos a creer. ¡El mundo es nuestro! Y es verdad que hay un tiempo en que lo parece. Sobre todo cuando lo paga otro. Y las ambiciones, por locas que puedan sonar, parecen todas mediocres, perfectamente realizables. Nunca es suficiente. Non plus ultra. Y se trazan caminos, inconscientemente conscientes, como si nunca fuese a faltar la gasolina para recorrerlos. ¡Pero ni siquiera pudimos repostar primero! Hoy tengo el día lastimero. Perdónenme las molestias. Sigan disfrutando de esta primavera embrionaria. Ya odiaremos el calor. En un par de meses, en concreto.
30-03-16
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