18-03-16

Como ya he dicho alguna vez, los pensamientos que nos da la duermevela, son los mejores. Lo más lúcidos. Gusto de entablar diálogos conmigo mismo. Habrá quien me tome por loco. No creo serlo. Hablar con uno mismo es un ejercicio muy sano, que recomiendo. Es una introspección. Un examen. No hay auditorio mejor que la propia cabeza. A ella le confieso mis ansiedades. Una de las peores es la del temor de no poder escribir tal y como pienso. Las historias en mi cabeza suenan fascinantes. En algún punto del proceso de transmisión hacia la punta de mis dedos, se tuercen. Irremediablemente. Ocurre sobre todo con los textos en los que intento articular mis reflexiones políticas. Puede que sólo sea falta de formación. Background. Pero también en las historias. Hasta con el fútbol. Tengo menos talento de lo que siempre creí, y ese pensamiento me tortura. No obstante, hay tiempo. Sólo tengo 27 años. Gattusso también ganó varias Copas de Europa. Lo importante es afianzarse uno mismo, arremolinarse en torno a varias claves. En esa búsqueda me hallo. Comencé la cuarta temporada de House of Cards. Admiro tanto a Kevin Spacey. Le encuentro deficiencias semánticas al verbo actuar, al verbo español. El inglés play es más certero, más gráfico. Más adecuado. Este hombre es capaz de entonar los registros. De disfrazar el sonido con la rudeza de su voz. De modularla. Impresionante. Paso las mañanas leyendo artículos atrasados del The New Yorker, y terminando Los Miserables. Regreso luego a la realidad cotidiana que me rodea, y sólo puedo asentir en silencio ante el triunfo de la zafiedad, que avanza inexorable. Al Madrid le ha tocado el Wolfsburgo. En mi fuero interno, sólo quiero ir a Milán.