Si será fácil juntar la ene con la o, y formar la palabra no, que no sé hacerlo. Y es verdad eso de que al vicio de pedir se le opone la virtud de no dar. Pero es que no sé. No sé. A uno le piden algo, y la frontera entre la sinvergonzonería y la confianza empieza a difuminarse. Viene luego otra cosa, y luego otra, y en poco tiempo se ve uno enfangado hasta la corva, como en unas arenas movedizas: tales son las relaciones sociales, sobre todo en las que el trabajo del otro no vale nada, ni la formación, ni el tiempo. Sobre todo el tiempo. Y qué. Va uno a pedir dinero. Se calla y sigue. Así se me pasan los días, se amontonan las revistas y los libros en mi escritorio, las películas en mi ordenador, y las pequeñas tareas inocuas, poco provechosas, nada rentables y muy farragosas, ocupan el tiempo y el espacio: son la maleza, la jungla expandiéndose sin misericordia por mi agenda, plagada de menudencias. Y por más que leo parece que cada día nacen más páginas. La vida es una hidra de pequeñas impertinencias que lo atrapan a uno, y por más lento que sucede todo, aun así las horas se dilatan y el Universo conspira: lo pequeño adquiere la fastidiosa irritabilidad de lo grande, sin dejar el poso mayestático de lo placentero. De la dicha. En suma, otro día más. Encabezamiento capicúa de esta hoja. Vuela marzo, trae el imperio del sol. Del olor. Huelen las flores. El día que tú naciste, nacieron toítas las flores. Tengo mucho que agradecerle estos últimos meses a Camarón. Endulza el polvo de la espera, que cae gota a gota y parece como si tuviera que contarlo.
16-03-16
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