Doce años ya del 11M. Tras la matanza, el fracaso. La caída. Circularon sms. Desde la radio, la SER, Iñaki Gabilondo, se agitaba el avispero. El 11 de marzo de 2004 hizo brotar a la superficie una podredumbre moral. Un magma viscoso y repugnante largo tiempo incubado. Desde aquel día, España es una nación moribunda. Rota y atravesada por una ética mugrienta que empezó por culpar al Partido Popular, el partido del Gobierno, de la carnicería de Atocha. Los días 12 y 13 de marzo, con los muertos aún calientes, sobre las vías, con la herida abierta, con el mundo mirando y España lamiéndose su sangre como la leona asiria, comenzó el proceso deslegitimador de las instituciones. Un proceso que, doce años más tarde, continúa en plena vigencia, pues sus muñidores, muchos de ellos, han conseguido que mucha gente les vote. Un proceso deslegitimador de la democracia, en suma. Se entonó el grito de asesinos, asesinos, y no fue para despreciar a Amer Azizi, ni a los terroristas de Al-Qaeda que prepararon la masacre, ni a los impulsores ideológicos del odio cultural a Occidente; a la democracia representativa, a la libertad, al progreso, ni para calificar así la cultura de la muerte y del apocalipsis que late tras el yihadismo. Fue para llamar así a un Gobierno, a un partido, que en el ejercicio de su potestad ejecutiva (delegada por los ciudadanos, 4 años antes, con un respaldo electoral abrumador) tomó una decisión: formar parte de la alianza liderada por Estados Unidos contra la Irak de Saddam Hussein. Un Gobierno torpe, empeñado en hacer caso de la premura bífida con que medios de comunicación y partidos de la oposición exigían información mientras los mismos hechos se sucedían: Acebes contando los muertos mientras seguían muriendo, aventurando con la cara desencajada que se trataba de ETA. Un drama con varios actos, del que la democracia española aún no se ha rehecho. Ni parece que lo vaya a hacer, en algún tiempo.
El fracaso de una nación
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