A las cuatro de la tarde

Málaga 1-1 Real Madrid

Eran las 4 de la tarde. Era en Málaga y hacía sol. El Madrid feneció en Liga como se dejan morir las muchachas lánguidas en las películas. En un estanque con flores y enredaderas. Con las venas cortadas y la sangre manando tibia de las muñecas, hasta el desfallecimiento. Todas las buenas vibraciones de Roma tornáronse estremecimiento y hastío en Málaga, donde el rival hizo lo mismo pero el Madrid no supo salir. Ni supo seguir, ni supo estar, ni supo consistir. Cuando la cuerda viene cagada hay que agarrarla con los dientes, dijo un sabio. Pero en el Madrid no hay estoicos, sólo violinistas, sólo bailarinas. Si acaso Kovacic, al que Zidane metió en el campo previendo la presión del Málaga en las mismas barbas de Keylor. A Keylor le reprochan no saber jugar con los pies, pero si lo supiera no sería Keylor, sería Yashin. Varias paradas suyas, de esas que parecen cine mudo por lo vertiginoso y lo estético, mantuvieron al Madrid en el partido. Tan sólo Isco y Marcelo, eje nuclear de lo bello y también de lo efímero que es capaz de parir este Madrid, lograron poner al Málaga en un puño apretado. Ronaldo, de soberbio colpo di testa en fuera de juego, adelantó al Real; acto seguido falló un penalty, porque Dios no le perdona nada al Madrid, pecador impenitente. El Málaga fue y vino, y cuando parecía no poder regresar más, Marcelo le regaló su palo a uno del Málaga, cuando la jugada embravecida surgía por el costado de Carvajal. La pelota cruzó el área del Madrid en una bonita metáfora de lo que son las Ligas de este nuevo siglo: botan plácidas delante del Real, al alcance de su mano, turgentes, apetecibles, muchachas risueñas y ligeras, pero siempre se las lleva otro.

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