Es Cuaresma. Reniego de Dios, pero siempre me gustó esa palabra. Aprecio las palabras, busco su etimología, intento desmenuzarlas. Haciéndolo, de casi todas las palabras puede llegarse fácilmente a las realidades que nombran. Cuaresma viene de quadragesima. Está todo dicho. Recuerdo que cada miércoles de ceniza, nos convocaban en la capilla del colegio y nos esparcían de ella en la cabeza, repitiéndonos conviértete y cree en el Evangelio. Algunos se convirtieron, otros, no. Son ritos. Nos ha tocado vivir la época en la que para establecer nuevos ritos, uno tiene que romper la liturgia convencional de las cosas. Hacerse uno los suyos propios. Personales. Intransferibles. Si acaso, compartidos, en pequeña y selecta cofradía. Nos lo encontramos todo inventado, todo descubierto, todo dicho y todo hecho. Todo verdaderamente levantado y todo verdaderamente destruido, erguido y caído y vuelto a construir. No hay épica en este mundo. Si acaso el salir adelante por los propios medios, y sea eso lo que hayamos de contar a los que nos releven en el camino cuando nos toque alumbrar el fuego y entretener las noches diciendo: Una vez, yo…Quizá sea esa falta de epopeya la que esté llevando a la gente a trepar por los balcones, a precipitarse desde séptimos y octavos pisos, a convivir con la muerte grabada en Youtube. La muerte televisada, diferida, disponible para verla una y otra vez, transmitida por Whatsapp en cadena. Es tal nuestra época, de una prosperidad tan lineal y profiláctica, que apenas hemos visto morir a nadie sino tras una pantalla. Seguramente, eso sea mucho mejor, aunque a la postre esta burbuja de látex nos aísle del coste real de la existencia. Por eso aún creemos que somos inmortales y la revolución es un fin razonable.
11-02-16
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