Granada 1 – 2 Real Madrid
El mejor jugador del equipo recibe un balón difícil, de esos que llevan un drama dentro. Antes del círculo central, en campo propio, donde nacen siempre las calamidades. Controla con su habitual virtuosismo, pero choca de frente contra el árbitro, que pasaba por allí. El mejor jugador del equipo pierde el balón, que acaba dentro de las redes defendidas por su portero. El mejor jugador del equipo escenifica la tragicómica alegoría del devenir de su club en el actual siglo. Sus compañeros se tambalean sobre el cuadrilátero, noqueados. El rival pega duro. Danza alrededor el fantasma del KO. Pasan los minutos. Se acerca el final, se acerca la catástrofe, tan cotidiana ya que va haciéndose rutina. Materia viva que abre la boca y muerde. Pero el héroe, el mejor jugador del equipo, esquiva el aliento fétido de la muerte y mira el escudo a los ojos. Golpea. Chuta desde Zadar y mantiene en pie el bastión liguero de su equipo, desempatando en Granada. El segundo mejor jugador del equipo había marcado el 0-1, y el jugador más caro del equipo volvió a no abrir ninguna línea de pase, ni a generar el mínimo espacio con el que sus compañeros pudieran articular su juego. La Liga es un Gólgota y el Madrid tiene complicado hurtar la crucifixión. Pero un pequeño hombre sostiene el palacio de un imperio caduco, negándose a perder. El mejor jugador del equipo.