Tiendo a pensar, y comparto este defecto con alguna otra gente cercana y de mi quinta, que todo el mundo es bueno. Es un reflejo natural. Inevitable. Creo que puede ser ambiental. Igual que a la generación de mis abuelos, o la de mis propios padres, le ocurre lo contrario: desconfían de cualquiera al primer contacto. Es como un vallado en el que ellos se refugian cuando tratan con alguien la primera vez. No digamos ya, cuando es un asunto de dinero: entonces la desconfianza se troca en indisimulado recelo. Los entiendo. Se forjaron en un entorno hostial, pobre y que exigía una continua alerta, sobre todo en sus relaciones con los individuos procedentes de fuera de ese mismo entorno hosco, desagradable, rudo y pesimista. Me he criado bajo una atmósfera opuesta. Quizá eso influya. No lo sé, estoy hablando por hablar. Hoy he tenido noticia de la enésima prueba de la malicia humana, de la picardía. No me gusta esa palabra: envuelve positivamente una actitud que es, en esencia, mala, cobarde y negativa. Una vileza. Picardía o picaresca es vestir la ruindad con traje de Armani. El ser humano es un producto genético refinadísimo, trabajado por la evolución durante milenios para sobrevivir en cualquier ecosistema. Esto nos incapacita biológicamente, me parece, para la vida comunitaria en igualdad, pacífica y sostenida mediante el respeto a las convenciones mutuas y a la palabra dada. Sin la coerción punitiva y sin la asunción de la autoridad moral que dicha coerción tiene para el mantenimiento del status quo que llamamos civilización. Escribo esto como reflexión onanista -¿acaso no lo son todas las reflexiones?- y por sofocar las ganas de pegarle a alguien que tengo. Hace sol. Me han invitado a comer entre amigos. La vida, a pesar de todo.
04-02-16
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