02-02-16

Asiente la primavera, aunque sea invierno. Aunque falte mucho. El sol de invierno en Cádiz, es una sonrisa. Trinan los pájaros. ¿Qué pájaros? Quién puede saberlo, no, desde luego, yo. Me emboba la palabra: ornix. Ahí terminan mis conocimientos. Oigo el agua del fregadero, huelo los guisos en la calle, los gritos, niños vuelven del colegio. La vida. Pasó enero, y es bueno que pasen, rápido, fuera, más rápido, me sobran días. La misma jornada repetida una y otra vez, desde verano. Claustro espiritual, mi cabeza son cuatro paredes acolchadas. ¿Qué es lo que las golpea? Es la sangre, es el tiempo inmóvil con sus púas de hierro. Este invierno tiene la cualidad espacio-temporal de los imaginados por Martin en Canción de Hielo y Fuego. Pero terminará. Hoy hubo una buena noticia. Puede ser, un rayo de sol que anuncie el final del invierno. O no. Me desconciertan momentáneamente los cambios, los siento como arenas movedizas bajo mis pies. Aunque no sea exactamente yo el que cambie, aunque no sea objetivamente yo el sujeto de esos cambios. Siento cierta potestad territorial, patrimonial acaso, sobre los míos. Y no puedo evitarla. No debe ser algo bueno. A la sazón, me provoca acedía moral la mayor parte del tiempo. Pero en eso soy profundamente mediterráneo: lo que abarca mi mirada, y lo que me late dentro, es mío. Aun sin serlo. Hace un día extraordinario, y también hace frío, no del que cala huesos, sino del que cala almas. Voy a escribir. Llevo horas esquivándolo. Es lo único que tengo, por el momento. Ya es febrero.

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