Cuando apuesto al Euromillón, juego a ser Schrödinger. Soy rico y no lo soy a la vez. Por ejemplo: desde el viernes y hasta hace exactamente cinco minutos, he tenido 130 millones y no los he tenido. Ocurre que si no compruebo el boleto, puede que lo sea: la posibilidad existe, sigue vigente. Es real. Ya no lo es, naturalmente. No me ha tocado un chavo. Lo que sí me ha tocado es la suerte de poder vivir en este siglo, en este tiempo. ¡Qué época! Tiene sus cosas. Pero en frío: creo que tiene muchas más ventajas que contrariedades. Entre ayer y hoy -mi voluntad es como la carne y está sujeta a tentaciones- vi una película. De Abel Gance. Me la recomendaron por Twitter. La vi, gratuitamente, me refiero. Con sólo googlear «Napoleón, Abel Gance». Y sin el latrocinio de la descarga, ni del torrent. Ni de ninguna otra cosa que implique robo a la propiedad de nadie. Simplemente, estaba colgada en Youtube, y enlazada en un blog. Qué sencillo. Cuánto relata esa sencillez, del mundo en que hemos nacido. Hay quien desprecia esta época, por insustancial o nociva. Sin embargo, nunca como hoy murió menos gente. Nunca como hoy hubo menos guerras. Nunca como hoy hubo menos pobres y nunca como hoy, fue tan sencillo acceder a los tesoros culturales. Esos gnomos desconocidos que en Internet suben, subtitulan, linkan, ponen a disposición: hoplitas invisibles de la propagación cultural. Misma estirpe que los amanuenses de la Edad Media. Pude ver esas cuatro horas efímeras de metraje. Esos ojos grandes como océanos de Gina Manès, en los que cabe un Atlántico de lascivia mestiza. Mórbida, irresistiblemente Beauharnais. Ese mentón de Albert Dieudonné. Esa grandeur visceral de Alexandre Koubitzky. Danton. Encore de l´audace!
30-01-16
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